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No le contestó. Se limitó a darle la espalda, solo para preparar una jeringa de insulina con un calmante, casi de forma cotidiana; sin más, se limitó a clavarla en su brazo, a través de la tela de la camisa, pasando el líquido con habilidad.

Se giró de nueva cuenta para arrojar a la basura la jeringa vacía, sabiendo que iría a caer en menos de cinco minutos, y de nuevo se volvió hacia él, empujándolo hacia el sofá doble de la sala.

—Duermete. —Fue lo único que mascuyó, visiblemente gélida. Estaba cansada de ser la buena y que la usaran solamente.
—¿A qué huele? —preguntó mirando la flor, por su postura encorvada, ojos cansados y hombros caídos se notaba la falta de sueño que estaba sufriendo.

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