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macaria · 26-30, F
La llegada de su padre le permitió dejar su caótica mente atrás y concentrarse en su respiración y caminar hacía él. Macaria siguió caminando en línea con el latido de su corazón. Un firme grito de guerra era lo que les esperaba a ambos. La confusión, resentimiento, pero sobre todo la ira inundaban su ser. La princesa no era ni la mitad de fuerte que el Rey del Inframundo y sus poderes aún no se habían desarrollado al máximo para poder controlarlos.— ¿Cómo pudiste? —fueron las únicas palabras que logró pronunciar, colocando el documento frente a su padre los ojos de Macaria empezaron a cambiar de color a un negro profundo y una luz roja empezó a invadir su cuerpo.—¿Cómo puedes vivir contigo mismo? —cerró sus puños con fuerza golpeando el pecho de su padre. —Por esto te odia...
Lo que nunca se imaginó era que esos papeles que el mismo ordenaba a escribir serían los que lo condenarían.

Creyó que había quemado ese específico documento Hace muchos siglos, cuando por fin comprendió que Perséfone jamás lo amaría, los leía una y otra vez, buscando algún indicio de que había hecho mal. Sin embargo nunca lo encontraba. Pasaba sus días leyendo el mismo documento que ahora Macaria sostenía en sus manos como un loco. En uno de sus arranques de ira, lo había quemado.

Debió haber recordado que el papel era casi indestructible. Asumió que el fuego infernal donde lo había arrojado era más poderoso y lo destruiríanl. Había dos opciones: algún sirviente lo había sacado del fuego y vendido, o era una copia.

No importaba ahora qué había sucedido. Su hija sabía la verdad y estaba seguro que sus demás hijos no tardarían en enterarse. El pánico lo invadió, pero solo pudo reaccionar de una forma: de sus manos comenzó a salir fuego infernal azul, incendiando la habita
Entró al lugar con cierta violencia. Su aura transmitía el enojo que sentía. ¿Acasos su hija no podía estarse quieta ni un momento? La curiosa joven le estaba metiendo en problemas, tanto que había tenido que presentarse en el pueblo. No era común ver al rey entre sus súbditos.

— Cuando te digo que dejes en paz el tema y dejes de hacer preguntas lo digo en serio. Macaria vamos a... — Fue interrumpido en seguida. La mirada de Hades viajó de su hija hacia los documentos que sujetaba en sus manos.

Los reconoció en seguida. Casi cada movimiento de cada habitante del inframundo era documentando a fondo y escrito en archivos oficiales, aún más aquellos que contaban con valor histórico, por seguridad. El rey no era la excepción. Hacer eso era una forma de trazar la historia y poder definir el rumbo de su gobierno, poder analizar las causas y consecuencias de los problemas de su reino.
macaria · 26-30, F
Los escritos no tenían porqué mentir ¿o sí? Macaria suspiró profundamente dudosa de la veracidad de lo que leía. Negó con la cabeza para sí misma, la criatura ni el bibliotecario le entregarían algo falso por tal cantidad de dracmas.
Sus oscuros ojos dejaron el pergamino para dirigirlos a la puerta. Su padre, el Rey estaba aquí y podía sentirlo cerca, sería inútil tratar de evitar lo inevitable así que se recargo en su asiento esperando su llegada, sus manos temblaban ligeramente por la ansiedad de enfrentar a su padre, trató de calmar su respiración. No quería causar una escena donde todas esas criaturas los vieran

— Hola, pa.
altura. Tenía los brazos cruzados y por su expresión era fácil descifrar que no venía en términos amistosos. El hombre negó y Hades giró a ver a la gente que estaba alrededor, todos quietos y en silencio. Interrogó con su mirada a cada uno de ellos obteniendo la misma respuesta hasta que uno le dio la información que quería. Un señalamiento rápido hacia un callejón junto con el titubeo de la palabra "Macaria" y "hamarrach". Sonrió triunfal al obtener su respuesta y asintió. Dio media vuelta y siguió la dirección indicada. Uno de los guardias de Hades rompió su disimulo para poner una bolsa de dracmas en la mano del soplón.

— Sabía que no debía recibir esas asquerosas criaturas en mi reino. Hamarrach. — Dijo por lo bajo y continuo su camino, tratando de detectar el poder de Macaria.
del pueblo murmurar: "Hades", "es Hades", "Hades está en Styx, viene en camino". Poco a poco las calles se iban despejando más, pues las personas tomaban resguardo en dónde encontraban para evitarlo. A veces deseaba que no fuera así, que pudiera caminar por los pasillos y disfrutar del vigor de la pintoresca ciudad, como un ser normal. Sin embargo, ahora agradecía las reacciones que le acompañaban por donde iba. Nadie se metería en su camino de esa forma.

Frenó y volteó hacia uno de los vendedores de un puesto de chucherías. El hombre le miró atemorizado. Era un simple vampiro viviendo y ganándose la vida de forma honrada. Hades respetaba eso y por eso no fue excesivamente amenazante. No era como que alguien fuera a intentar algo contra él. Les podía incinerar en segundos, además de que sus guardias venían por detrás suyos, encubiertos como siempre.

— ¿Han visto pasar a alguno de mis hijos? — Se encontraba directamente frente al hombre y le miraba hacia abajo desde su imponente.
y se dispuso a ir al pueblo.

Era sencillo para el transportarse en el inframundo, en segundos apareció al borde de Styx. Miró a su alrededor, sus ojos fríos y sin emoción alguna. Tenía que mantener su bien construida faceta frente a los habitantes. A pasos firmes y seguros comenzó a recorrer las calles llenas de vida. Casi de forma irónica, el rey de los muertos iba apagando esa vida por donde iba pasando. Los vendedores ambulantes salían corriendo, los locatarios se ponían nerviosos: le mantenían la puerta abierta y le invitaban a entrar con una falsa sonrisa, pero tras su paso cerraban el local. Los transeúntes se hacían a las orillas si no podían evitarle: algunos hacían un saludo digno del ejército que se ganaba una sonrisa burlona de Hades y otros bajaban la vista. Los que lograban apartarse tomaban atajos lo antes posible para no cruzarse con él. Los niños corrían a esconderse detrás de sus padres y los pordioseros huían cuanto antes del lugar. Oía las voces de las personas...
momentos. Hades apreciaba el conocimiento, razón por la que había mandado a construir la biblioteca de Styx en primer lugar. Quemar libros iba en contra de todos sus principios así que hizo una mueca por lo que dijo. — Olvida eso. Los libros serán confiscados y vendrán a mi reserva personal. ¿Entendido? Quiero que vayan ahora. Que no saluden a nadie en el camino, que sean discretas. Si Macaria detecta su presencia serán ejecutadas. ¿Entendido? — El sirviente asintió y se retiró del lugar. Eso dejó a Hades sintiéndose más cómodo.

Sabía que las Lamia tardarían horas en su deber a pesar de ser bastantes. Ya lidiaría después con el enojo de Hecate, quien sin duda le reclamaría por usar a sus demonios para sus propios fines. Le importaba poco, él era el rey y el era quien tenía control de los sirvientes.

Pero no era suficiente. Necesitaba más, necesitaba asegurarse de que Macaria terminaría su pequeña búsqueda de una vez. Así que, Hades se puso su atuendo de la realeza, su capa...
chismes. Sabía que su hija no era estúpida para creer en la poca veracidad de esas fuentes. Pronto cesaría su búsqueda y se quedaría con la frustración de otra pregunta sin contestar acerca de su padre. En semanas, incluso esa frustración moriría.

Algo al fondo de su mente, le molestaba. Tenía que asegurarse de que ningún documento cayera en manos de su hija.

Presionó uno de los botones que se encontraban cerca de la luz. Era un botón azul y circular que haría sonar una campanilla en la zona donde los sirvientes se aglomeraban a descansar, indicando que se requería su presencia en el cuarto. No más de cinco segundos después apareció su servidumbre, eficaz como siempre pues ya sabían las consecuencias de no serlo.

— Necesito que llames a las Lamias. Que adopten la forma femenina que más les guste y vayan a la biblioteca de Styx. Van a checar fila por fila y libro por libro. Todo libro que hable sobre Perséfone y yo de forma histórica será quemado. — Se detuvo en silencio uno
Tras varios años de crianza, Hades se había vuelto inmune a los berrinches de sus hijos. Continúo con el análisis de los papeles en su mano mientras Macaria hacía su show en un intento de hacerle cambiar de opinión. Por supuesto que creía que era una joven encantadora y la adoraba, era su hija, pero tenía sus límites bien marcados con ellos y ese era uno. La relación entre él y Perséfone era algo que no deseaba jamás discutir con ellos.

Le observó irse y suspiró de alivio. Dejó los papeles a un lado, era innecesario seguir fingiendo que les prestaba atención. Había mentido al respecto. Que el supiera no había ningún libro históricamente correcto donde se relatase la historia de Hades y Perséfone. Aquellos documentos, si esque existían aún, podrían encontrarse solamente en el Olimpo. Hades se había desecho hace tiempo de ellos en el inframundo. En la biblioteca de Styx quedaban aquellos que hablaban de la mitología desde el punto de vista de los humanos y algunas revistas de...

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