Mantenía sus dudas y desconfianza intacta pero, por otro lado, la amabilidad por la que su madre resaltaba le susurraba al oído. ¿Cuán descabellado era darle una segunda oportunidad?

— Te creeré. — Cesó la tortura helada sobre el cabello de Hans; a cambio, se mostró seria frente a él. Esperaba esa disculpa.

—Lo es, en parte... —fue sincero, sus hermanos mayores y su padre prácticamente lo habían obligado a subir a un barco para acudir al reino de ambas hermanas; sin embargo, esa solamente era la mitad de la realidad— Pero, como bien dije, también es mi decisión, por mi honor, y para aclarar algunos momentos nebulosos en mi mente —no esperaba que ella comprendiera porque Hans había guardado en secreto todo lo que pasó por su mente en aquellos días, donde lo peor de él salió sin que se diese cuenta hasta muy tarde.

Elevó una ceja, un gesto común en situaciones como esa; si decía la verdad o no, lo iría averiguando con preguntas. — ¿Disculparte? — Rememoró los sucesos de meses atrás. Algo tan ‘sencillo’ como pararse frente a ella y pedir perdón no bastaría para cubrir sus decisiones ni el daño a Anna.

— Lo haces sonar como un castigo. —

—En realidad —comenzó a decir, sacudiendose la nieve del cabello y mesandose los mechones hacia atrás —, vengo aquí a ofrecer una disculpa diplomática y eso incluye pedirle perdón de frente. Tal vez una carta habría bastado para ambos, pero mi familia insistió y mi honor me lo exige.

— Éso. — Una sonrisa bien amplia floreció en el rostro de Elsa, un acto inusual para la quien “seriedad” es su segundo nombre.

— Es suficiente de mi parte. Puedes quedarte en Arendelle los días que desees con la condición de no acercarte a Anna. —

—¿Explica qué? —cuestionó, ajeno a lo que ella se refería y, en cuando sintió el frío en su cabeza, hizo una nueva mueca de disgusto. ¿Cuánto tiempo más habría de soportar la vendetta de las hermanas? Él mismo aceptaba que había sido un villano, aunque a ciencia cierta, ni siquiera podía decir ya el motivo de tus fechorías pasadas, era casi como si nunca hubiera sentido la urgencia de dañarlas en primer lugar.

— Eso explica mucho. — Frotándose la yema de tres dedos, Elsa dejó caer más nieve sobre el cabello Hans. Merecía un pequeño desquite por lo que hizo antes, ¿no?

—Nunca fui muy fan del invierno... ¿Sabe?

—Este castigo suyo no debería ser tan helado, Reina Elsa.