Soltó su cabello, al menos dejándolo en una larga trenza; detalles tan nimios como ése ya la hacían sentirse otra persona. Posteriormente, se miró las manos escondidas bajo el estricto uso de los guantes que su padre le obsequió como símbolo de “seguridad”.


— No has de abrir... tu corazón. Susurró. Si bien era imposible que Elsa fuese presa de bajas temperaturas, las manos comenzaron a temblarle. Tenía miedo. ¿Qué pasaría si se retiraba los guantes e intentaba ver hasta dónde llegaban sus poderes? Estuvo a poco y nada de desenfundar la mano derecha cuando una voz logró descolocarla.

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