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[code]Desde que había renunciado y escapado del Colegio, la Slytherin había tenido más experiencias y aventuras en los últimos dos meses que a lo largo de toda su vida. No negaría que extrañaba a sus amigos, ni que añoraba aún la vida fácil de ser un estudiante con todos los privilegios, pero era incapaz para ella el permanecer en un lugar donde no se sentía ella misma y donde el resto de las personas no la consideraban parte de la población. Así que escapó, renunció, huyó, abandonó, cualquier calificativo óptimo para su conducta, y decidió que Inglaterra tampoco era un lugar interesante para sobrevivir. Quería conocer. Deseaba escribir para las revistas, vivir sus propios aventuras y crecer. A lo largo de su vida había escuchado historias respecto a magos famosos que habían seguido sus sueños y cambiaron el mundo mágico y ella, de cierta forma, deseaba aquello. Desde que su padre había sido enjuiciado y encarcelado en Azkaban por la pérdida de la Égida, la vida de la Zabini menor se volvió deprimente y superflua. Incluso la misión de la recuperación de la misma fue agotadora y decepcionante. Blaise ni siquiera lo agradeció, fue como si el simple hecho de ayudarlo fuera una vergüenza en su comportamiento.
Así que también lo mandó por el tubo digestivo de un basilisco.
Dos meses después de deambular por los territorios terminó en una ciudad hindú, donde miles de personas se inclinaban ante su extraño dios en forma de elefante y le susurraban a la Gran Ganesha que cumpliera sus propósitos y castigara sus errores. La bruja frunció el ceño, pasándose la mano por la frente por décimo tercera vez, con los cabellos del fleco pegándosele al rostro por el sudor. Descendió rápidamente los escalones del templo religioso, esquivando al mar de gente que subía, con el objetivo de dedicar sus oraciones. Pero, la razón por la que se encontraba ahí, era distal a su curiosidad por conocer el mundo. Había escuchado que existían diferentes sociedades a lo largo del mundo de grupos de magos, hechiceros y brujas que compartían su conocimiento y lo utilizaban, dependiendo de sus preferencias, en propósitos específicos. Una de las más grandes sociedades se encontraba ahí, en India. Escondida entre el templo de la Ganesha y la población muggle. Sin embargo, existía una condición particular para poder encontrar el edificio de la sociedad y poder ingresar en él. Aquello era ofrecer, como pequeño tributo, la sangre dorada de un Dios o la plateada de un ser celestial. Lo primero que acudió a su mente fueron los unicornios. Eran las únicas criaturas que recordaba tenían sangre celestial. Pero matar a un Unicornio y utilizar su sangre con esos propósitos era un acto cruel que dividía el alma de cualquier mago. No podía arriesgar otro cabello más de su integridad —el cual volvió a apartar con molestia—. Así que sólo le quedaba conseguir la sangre de alguien que tan voluntariamente se la ofreciera y después orar por poder entrar a la sociedad mágica hindú, en donde podría conseguir algo que deseaba obtener.
¿En dónde podías obtener sangre de los dioses?, se preguntó. La respuesta era simple: en un templo. Sólo tenía que encontrarlo.[/code]
Así que también lo mandó por el tubo digestivo de un basilisco.
Dos meses después de deambular por los territorios terminó en una ciudad hindú, donde miles de personas se inclinaban ante su extraño dios en forma de elefante y le susurraban a la Gran Ganesha que cumpliera sus propósitos y castigara sus errores. La bruja frunció el ceño, pasándose la mano por la frente por décimo tercera vez, con los cabellos del fleco pegándosele al rostro por el sudor. Descendió rápidamente los escalones del templo religioso, esquivando al mar de gente que subía, con el objetivo de dedicar sus oraciones. Pero, la razón por la que se encontraba ahí, era distal a su curiosidad por conocer el mundo. Había escuchado que existían diferentes sociedades a lo largo del mundo de grupos de magos, hechiceros y brujas que compartían su conocimiento y lo utilizaban, dependiendo de sus preferencias, en propósitos específicos. Una de las más grandes sociedades se encontraba ahí, en India. Escondida entre el templo de la Ganesha y la población muggle. Sin embargo, existía una condición particular para poder encontrar el edificio de la sociedad y poder ingresar en él. Aquello era ofrecer, como pequeño tributo, la sangre dorada de un Dios o la plateada de un ser celestial. Lo primero que acudió a su mente fueron los unicornios. Eran las únicas criaturas que recordaba tenían sangre celestial. Pero matar a un Unicornio y utilizar su sangre con esos propósitos era un acto cruel que dividía el alma de cualquier mago. No podía arriesgar otro cabello más de su integridad —el cual volvió a apartar con molestia—. Así que sólo le quedaba conseguir la sangre de alguien que tan voluntariamente se la ofreciera y después orar por poder entrar a la sociedad mágica hindú, en donde podría conseguir algo que deseaba obtener.
¿En dónde podías obtener sangre de los dioses?, se preguntó. La respuesta era simple: en un templo. Sólo tenía que encontrarlo.[/code]