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—¿Hm? No sé a qué te refieres —el arte de nunca admitir virtudes y así caer en la petulancia, con un ínfimo toque de misterio ornamentó la sonrisa que le regaló a su compañera, al final su voz acabó por ahogarse al resonar de ambos cubiertos. Con elegancia innata los manipuló, una porción adecuada con el tenedor cortó y tras ensartarlo lo acercó a ella. La mano contraria se apoyó sobre el rostro propio, con dulzor entretenimiento la observó, en espera de que ella derrote al vergonzoso escenario que él propuso.
 
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