*Caminando por los pasillos del palacio se encontra Bazz hasta que divisa una figura conocida.* Mira, mira. ¿Pero si no es la pequeña niña explosiva? Bamby, un gusto verte por aquí.
Cálido y apacible se muestra el cielo en aquel atardecer, con sus opacos tonos mezclas de rojizos y naranjas que señalan el preludio de que la noche está próxima a caer. El suave céfiro ondea sin cesar los verdes prados y el holgado poncho de un joven que aparenta escasos 17 años y quien plácidamente transita la zona, como si no tuviese en lo absoluto un rumbo fijo.
Los pasos de aquel sujeto que responde al nombre de Hao Asakura lo llevan por inercia a través de senderos naturalmente formados sobre el terreno, siempre mostrando una amable sonrisa sobre su semblante de infante aspecto. Al cabo de unos instantes detiene su andar en seco, el rostro y por consecuencia sus castaños orbes se posan sobre el firmamento, sobre aquel astro rey tímidamente escondido entre cúmulos de nubes y que regala a sus espectadores los últimos vestigios de su luz antaño fulgor.
Vaya que el mundo es grande... -Murmura con voz suave y tranquila- Es absurdo pensar que tal tesoro sea manipulado por las sucias manos humanas.
Un estado de regocijo que raya en el trance se apodera de su ser, simplemente estaba dejándose llevar por la belleza natural del paisaje. Sin embargo, tal estado haya pronto fin en el preciso instante en que una leve presión se siente en el ambiente... como si algo o alguien estuviera próximo a su ubicación, sin la certeza de saber qué intenciones podría traer consigo. Pero ello no era más que un incentivo para el veterano shaman, quien siempre ha visto en lo extraordinario su mejor pasatiempo y esta no sería una excepción, prueba de ello es la sonrisa a medio labio que dibuja.
Más grande de lo que muchos podrían siquiera imaginar