Orianna se acomodó el mechón rebelde de pelo tras su oreja al tiempo que soltaba una risilla avergonzada. No podía negar lo dicho por Kurou, pues era tan obvia que cualquiera que prestara la suficiente atención vería que lo buscaba con la mirada cada vez que sabía que estaban en el mismo entorno y, pese a que siempre se le veía ser dulce con clientes y compañeros de trabajo, era especialmente dedicada cuando tenía que hacerle llegar el cheque o cuando le ofrecía una bebida refrescante tras bambalinas. Sin embargo, quiso defenderse un tanto al tratar de hacer mención de los reconocimientos que sus jefes le habían dado, pero Kurou se volteó apenas terminó la oración y le impidió continuar la plática.

—Está bien —retomó la caminata, pasando frente a los autos que se habían detenido y más pronto que tarde pudo ver pequeños y grandes negocios que ofrecían sus servicios u objetos en voz alta, vociferando los precios y asegurando la mejor calidad.