Jamás mencioné ser algo malo.

-Ni eso la detuvo por lo que siguió limpiando mientras su muñeca era ahora cuidada a lamidas, no suyas pero de él.-

Pero deseo limpiar. Jum!

¿Qué habría de malo en tener teñido el rostro de sangre si es la muerte enmascarada de terciopelo?

La contempló en silencio. Tanta dedicación merecía reconocimiento, así que, volviendo a tomar su muñeca ahora herida, la llevó a sus labios para terminar de limpiar su obra con lamidas felinas.

-El rostro ladeó un poco, indignada pero luego en sus labios se dibujó una media sonrisa donde descarada la lengua se reveló para humedecer los labios y buscar algún "pedazo" suyo que se hubiera quedado perdido en su piel. Claro, sí era suya, la tomaría y la bebería pero desperdiciarla, jamás.-

Entonces está bien así? No, no, no... (Le recuerda aquél no suyo.) -Con fluidez en su movimiento le quita el pañuelo para aunque estuviera un poco manchado de su sangre, llevarlo al rostro de él, limpiando en silencio.-

— No importa. —Respondió en medio del dedicado limpiar esa comisura. Al final, y como reflejo, responde:— No importa.

Qué le hace pensar eso?

-Enarcó la ceja cuándo sintió el pañuelo tocar su piel, viéndole de tal manera que más parecía una psicópata.-

Está su rostro más carmesí que el mío, lo sabía?

— Algo me dice que usted no permite cualquiera la toque. —Un pequeño juego de palabras que acompaña la siniestra, dueña del pañuelo, a una comisura de su interlocutora, la cual limpia cuidadosamente de los residuos de la sangre.

Cree usted que la muerte no me puede tocar? Eso es un misterio.

-Y carcajeó, aunque nada le impidió de llevar la muñeca a sus labios, sanándose y limpiándose en lentas y animalescas lamidas, entrecerrando los párpados.-

Bien puede aprovechar ése pañuelo para usted.

La sangre fluía, y la mano bajaba, llenándose la ajena atrevida lejos del rostro. Cuando llegan a la altura del vientre, la libera. Y aquella sangre limpia en un pañuelo que la extremidad libre sacó de uno de sus bolsillos. Y es que sabe bien que, probar su sangre, sería darle gusto.

— Usted es una flor inmortal. Despreocúpese.

-Gruñó, sintiendo el clavar de sus garras en su piel pero no se debatió aunque tampoco hizo nada, las falanges clavó en la palma de su mano para aumentar la presión de su sangre lo suficiente para que la misma brotara de los rasguños hechos en su muñeca.-

Qué rudo... Ahora me marchitaré.~

— Entonces la puedo privar de tener mano. —Garra diestra, respondiendo a la voz, clava sus cinco filosas, y cristalinas uñas, alrededor de la muñeca ajena, acompañada de la justa fortaleza para alejarla de su rostro.