Con un tierno y mimoso gesto de repeluz la pequeña blonda se arrinconó ella misma retrocediendo hasta la pared, sofocada por la proximidad endemoniada de Ayato, no quería que la volviera a tocar, ya podía percibir esos cortocirtuitos eléctricos invadiendo su cuerpo y erizado su bello, estremeciéndose como un indefenso corderito al palpitar ese preciado líquido carmesí en su frágil garganta de cisne.
¡A-...Ayato-kun! No estoy mientiendo. E-...He visto a alguien aquí...[/code]