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SeikichiTanizaki · M
Seikichi había olvidado que empleaba tanto tiempo en morir, o en su propio sufrir. Lágrimas de agua salada fluían ya resecas por sus mejillas, llanto que solo podía contenerse con el uso de ambas manos, era también la primera vez que lloraba en un lugar publico, se sentía como si fuera un vestigio de desnudez de su propia alma. Pero en ese instante, en el que sintió como podía sentir, como podía exhalar el aire fresco de un día soleado, de un frio que es llanamente hermoso en ese paisaje que ambos habían teñido de oscuro, Tanizaki encontró belleza sin igual al reencontrarse con sus propias sensaciones, atadas, veladas y trazadas en el primer impulso de la vida al llegar al mundo, tal como un bebé al salir del interior de su madre lloraba, el Maestro sintió después de mucho tiempo una sensación mayor a la siempre precavida tabula rasa que escribía con cautela. Ahora era un mar, ya no un lago o un estanque controlado, era pura vida y pura reacción.
(sig.)
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