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—Entonces dime como puedo ser mejor, dime entonces como puedo soportar la tristeza que tengo...—dijo mientras se le rompía el corazón de verle con esas manos ofuscando su rostro, escondido entre sus dos manos ¡Si fuesen las propias acaso! En esas manos de seguro se sentiría mejor, solo esas manos del tatuador podrían reconfortarla, pero no podía, no podía acercarse. Lo intentó, camino hacía ella más se detuvo como si un mural, una pared armada de defensa le evitó pasar. No dudó en quedar casi en cuclillas, frente a ella. Seikichi jamás podía creer que ante alguien daría lo equivalente a una reverencia, más fue simplemente para acercar su cuerpo a la figura de Katai.

—No tienes que lidar con nada, mis fallos son mis fallos...No son tuyos —delató, mientras negaba una y otra vez. El varón Tanizaki se puso de pie, mientras se cruzaba de brazos en una asertiva cuestión, evitó mirarla, por supuesto al momento de sentir las lagrimas cayendo de sus mejillas. Sabor amargo, impensado para...
 
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