No discutió ser propiedad de ella, ni siquiera su orgullo se habría atrevido a negarlo. Tras deshacerse de toda su ropa, estiró su mano hacia el agua y la limpió de todo rastro de arena o suciedad. Acarició así su rostro, sus perfectos y suaves pechos, sus costados, hasta llegar a su intimidad, que consintió con caricias, por ahora lentas, a la parte más sensible. Todo esto sin dejar sus labios. La besó, succionando cada labio con suavidad e invadió su boca con su lengua. Si ella iba a aclamar posesión sobre ella, ella iba a ejercer dominancia sobre la sensual demonio con cada acción.