No habían gritos ni peleas, sólo ellos dos al pie de esa ventana. Pronto buscó la mano de su espadachín, entrelazando sus dedos con cariño, su mano era pequeña a diferencia de la ajena, aquello le fascinaba así que sonrió aún más hasta alzar su rostro de su hombro para poder mirarlo y pillarlo observándole de esa manera, lo cual le hizo fruncir un poco sus cejas, confundida por esa mirada, aunque pronto se halló igual, nadie, absolutamente nadie le miraba de esa manera e inmersa en el precioso verde de sus ojos, en sus facciones perfectas y tan gallardas, además de esos cabellos claros, peculiares y tan llamativos, se convenció de que podría pasar la vida entera admirándolo... Memorizando cada expresión, lo conocía tan bien. Por ejemplo, sabía bien cual era su sonrisa arrogante y orgullosa cuando blandía su espada, pero también conocía su sonrisa sincera, la más hermosa que jamás había visto, sabía cuando estaba de mal humor, cuando estaba de bajos ánimos... Era increíble el conocerlo