Ahí estaba el delicioso silencio, como adoraba cerrarle la boca a ese hombre. Él no poseía ni la más mínima pizca de respeto por ella, así que debía inculcarlo a golpes o pisotones, lo que fuera más conveniente. Su pie se deslizó por todo el esternón del hombre, marcando su obvia superioridad y extendiendo la agonía de este.

— No escucho que sigas ladrando y eso que no te he dado ningún hueso. —Perfecta burla escondida en sus palabras. Debía aprovechar esos momentos antes de soltar las ataduras, el placer de ver como se retorcía bajo ella; si era bueno le daría un premio, sino, seguiría extendiendo su dolor.

Inclinó ligeramente el cuerpo, solo para poder acercar su rostro al contrario y deleitarse con su mueca que contrastaba con el rostro burlón de ella, aunque la intentara desafiar sabía borrar esa sonrisa.

La presión ejercida por su piel le logró borrar la sonrisa por unos instantes, el dolor lo encegueció y por unos instantes lo privó de su respirar de una manera abrupta. Hundió su esternón contra los nervios pertinentes, no fue distinto a una cuchillada precisa, pero que no rompió siquiera con un centímetro de su piel, fue el placer sádico de acallar sus labios de una forma pertinente a ella.

No pudo burlarse, mas entre la mueca deformada volvió a dirigirle la mirada, presionando fuertemente su dentadura, al punto de remarcar la musculatura y los vasos de su cuello, volvió a sonreír, demostrándole que, a pesar de que ella pretendió romper su voluntad, esto no fue suficiente para hacerlo desistir; perpetuo desafío a esa asesina.

— Esto de atarte es simplemente un gusto mío. —Respondió y sus labios se curvaron en una sonrisa cargada de sorna. Verlo sufrir de esa forma era justo el deleite que necesitaba después de que la cacería fuera algo insufrible. Él conocía la dinámica, si se dejaba atrapar pronto, no tenía que sufrir de esa forma.

— Te conozco perfectamente, maldito masoquista, siempre vuelves por más. —Dejó que su pie derecho pisara el pecho del hombre, clavando con cierto gusto la aguja del tacón pero sin usar la fuerza para herirlo, solo para provocar un horrendo dolor.

— Sabes que no hace falta atarme para... —pero no completó la frase, pues esta patada le robó un sufrido quejido que, fácilmente, hubiese destrozado la totalidad de su caja torácica de aplicar un poco más de potencia en su golpe. Se volteó y no pudo evitar retorcerse por el dolor, sin embargo, esto no impidió que siguiera sonriendo, desafiando con su mirada sin ningún miramiento—. Ya me conoces, eso de preservarme no va conmigo... —agregó, riendo con algo de dificultad.

— ¿Princesa? —Su ceja tembló ligeramente ante el enojo que recorrió su cuerpo, no era la primera vez que se encontraban pero en cada uno de esos momento sabía a la perfección como sacarla de sus casillas con relativa facilidad.

— Deberías medir tus palabras, ahora puedo hacer lo que me dé la gana contigo. —Soltó la cabeza del hombre, solo para ponerse de pie y caminar a su lado propinandole una patada en las costillas para girarlo boca arriba.

Le dirigió una mirada desafiante hasta que dicha presión provocó que cerrara sus ojos y frunciera el rostro, no obstante una sonrisa burlona se asomó en los labios—. Todo porque me tropecé, sino no me hubieses atrapado jamás, princesita —a pesar del dolor que ella le provocó (hasta la madera crujió de la fuerza empleada) él no se privó de reírse de ella, de sus esfuerzos y de lo que él minimizó como una mera casualidad.

— ¿Al fin vas a dejar de correr, pequeño? Me has dado demasiados dolores de cabeza para dar contigo. —Lo último fue un gruñido que nació desde lo más profundo de su garganta. La mano con la que sujetaba la cabeza del hombre ejerció más fuerza, presionando a este contra la madera. No iba a acabar con él de una forma tan sencilla, pero necesitaba desquitar una parte de su frustración.