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—Cuatro, cinco días, ya no llevaba la cuenta real de cuánto tiempo de su celo iba, sólo sabía que estaba vuelto loco, que su aspecto había cambiado radicalmente.
Cada momento sus rasgos de dragón salían más a flote por su misma necesidad y el descaro de buscar lo que tanto añoraba en ese momento era mayor.
Él no podía salir de la alcoba por los pergaminos y sellos, pero nada impedía que su aroma llamara a su propia especie u otra sensible a este, que lo liberara, le ayudara a desahogar el deseo.—
 

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