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-Había clavado la espada en la roca tras esa última batalla. Sabía que era fuerte jamás se imaginó que su energía se incrementaría de pronto. Orgullosa de sí misma, con una nueva voluntad y carácter, tiró del mango de su arma para sacarla de la piedra y bajas de ahí. Iría ahora al Castillo Central, dónde sabe, en antaño, vivían los antigüos líderes de Asgard.
 
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—Algún día seré tan fuerte como el mismo Haziel o Sephyria, ya veremos si sigo siendo una simple mocosa para ti. —

Miró hacia el sello dónde sabía estaba Abaddon. Su mayor orgullo desde que su entrenamiento iniciara en Asgard y la razón por la que ahora se sentía tan indignada.

—Tsk! —Torció la boca en disgusto y el miasma de pronto dejó de fluir, apagándose por completo como si hubiese sido extraído del ambiente de pronto.

Se cruzó de brazos, molesta, indignada por el trato. Había hecho algo que seguramente ningún otro serafín en su situación habría podido lograr y Asura la regañaba como si fuese una estúpida mocosa. Lo miró con molestia y luego al Ángel de la muerte detrás de él.

—Como sea... —Y les dio la espalda, de dónde salieron un hermoso par de alas negras y se elevó para volver al castillo dónde se había estado alojando desde que llegó.-
 
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