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ZVS1535637 · 31-35, M
Intentaba no ser demasiado impetuoso por aquellos días, a pesar de que la cautela no fuese parte de su naturaleza, un poco bárbara y primitiva por de más. Empero, tener claras las razones de aquella visita a los dominios de los hijos de Adán y Eva lo ayudaban a mantener la mente enfocada.
La antiquísima Praga yacía envuelta por las brumas nocturnas que solían invadir sus calles por aquella época invernal, y algunas finísimas gotas casi congeladas acariciaban la piel de su rostro con gelidez. Aquel lugar le recordaba a otro enclave humano pero en su propio mundo; Tarkiv del Valle, dónde las Tres Torres de Fēz se alzaban como orgullo de la raza del hombre y de dónde provenía cierta persona a la que le tenía harta estima. Precisamente esa persona era la responsable de que estuviese esa noche ahí, vagando por las calles de la centenaria urbe, acaso con la incertidumbre de no saber del todo si conseguiría lo que deseaba.
A un paso algo apresurado avanzaba por las veredas adoquinadas. Por suerte la vida nocturna a esas horas era escasa; no le gustaba lidiar con las miradas indiscretas de la gente que no disimularía al ver su poco casual estampa (al menos para los estándares terricolas). Y es que no había muchos hombres de más de dos metros y medio de alto...de paso, sus cabellos blancos (casi al punto de ser plateados), sus ojos dorados (brillantes como dos ascuas de fuego en la oscuridad) y su tono muscular exagerado tampoco eran características muy disimulables o que pudieran ser pasadas por alto con facilidad.
—Después de esto tengo que ir a por una buena puta y una buena copa...—Refunfuñó con su voz ronca y gutural. Un jubón negro de cuello alto parecía ser la única prenda que vestía. Era una prenda de factura exquisita, cuyos pliegues eran abrochados sobre su hombro izquierdo con un broche de Vanadium (un metal extraordinario parecido a la plata) que evocaba el blasón de su Casa; Un Sol rodeado por doce Rayos, y a pesar de que era un tipo de vestimenta poco habitual en los tiempos que corrían, no desentonaría entre las gentes de la mentada Ciudad, como tal vez si lo haría su extraordinario portador.
La antiquísima Praga yacía envuelta por las brumas nocturnas que solían invadir sus calles por aquella época invernal, y algunas finísimas gotas casi congeladas acariciaban la piel de su rostro con gelidez. Aquel lugar le recordaba a otro enclave humano pero en su propio mundo; Tarkiv del Valle, dónde las Tres Torres de Fēz se alzaban como orgullo de la raza del hombre y de dónde provenía cierta persona a la que le tenía harta estima. Precisamente esa persona era la responsable de que estuviese esa noche ahí, vagando por las calles de la centenaria urbe, acaso con la incertidumbre de no saber del todo si conseguiría lo que deseaba.
A un paso algo apresurado avanzaba por las veredas adoquinadas. Por suerte la vida nocturna a esas horas era escasa; no le gustaba lidiar con las miradas indiscretas de la gente que no disimularía al ver su poco casual estampa (al menos para los estándares terricolas). Y es que no había muchos hombres de más de dos metros y medio de alto...de paso, sus cabellos blancos (casi al punto de ser plateados), sus ojos dorados (brillantes como dos ascuas de fuego en la oscuridad) y su tono muscular exagerado tampoco eran características muy disimulables o que pudieran ser pasadas por alto con facilidad.
—Después de esto tengo que ir a por una buena puta y una buena copa...—Refunfuñó con su voz ronca y gutural. Un jubón negro de cuello alto parecía ser la única prenda que vestía. Era una prenda de factura exquisita, cuyos pliegues eran abrochados sobre su hombro izquierdo con un broche de Vanadium (un metal extraordinario parecido a la plata) que evocaba el blasón de su Casa; Un Sol rodeado por doce Rayos, y a pesar de que era un tipo de vestimenta poco habitual en los tiempos que corrían, no desentonaría entre las gentes de la mentada Ciudad, como tal vez si lo haría su extraordinario portador.