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HC1578691 · M
Al escuchar que la responsabilidad era de las deidades, su mentón se tensó y apretó con fuerza el paño, quitando el exceso de agua y dejándolo casi seco antes de llevarlo nuevamente a la piel herida. Ese quejido lo hizo tocarle con más delicadeza que a la porcelana, pero no detuvo su acción de limpiar bien su herida.

—Tiene toda la razón. No volverá a suceder.

Musitó con calma y una sonrisa muy suave.

Tras limpiar la herida, la vendó con tela limpia y con fuerza suficiente para mantener la herida cerrada.

—Haré cena para usted y luego descansará, ¿está bien?

Le sonrió como siempre.
 
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