San Lang siempre hace todo de modo tan perfecto... me gustaria poder tener el talento que tienes, no solo posees una suerte envidiable, sino que todo lo que haces es impresionante.
- le regalo una sonrisa, pero se sorprendió un poco al escuchar que estaba nervioso, era algo inusual en él. -
Nervioso? no tienes que estarlo, seguro que lo que preparaste está exquisito.
- Se quedo pensando un poco hasta dar una respuesta acorde a la pregunta hecha. -
Hay té de jazmin? es uno de mis favoritos, sino, estara bien con que sea té verde.
Respondió con sinceridad, mientras movía la sartén con los vegetales cortados, haciéndolos saltar harmónicamente.
—Yo solo repito patrones y todo lo que he visto, mientras que usted siempre tiene las mejores intenciones y los mejores sentimientos.
Apagó el sartén y revisó los bollos que estaban a punto de estar cocidos en el punto preciso.
—Aunque puedo decir que hoy es la primera vez que me siento nervioso al cocinar.
Musitó, esta vez sin mirarlo. Para evitar tener que compartir miradas con él por el momento, se puso a buscar los platos para comer y los vasos para tomar.
- no pudo hacer o decir más. Mientras el preparaba la comida solo pudo quedarse sentando, observando atentamente cada movimiento que hacía. Y por el aroma que sentía podía saber lo que preparaba. -
San Lang cocina mucho mejor que yo.
- Esbozo una sonrisa a la par que acomodaba sus tunicas, cuidando el vendaje que le puso. En el fondo sabía que su cocina era espantosa, así que probar la comida de San Lang sería una experiencia muy agradable y acogedora. -
Comenzó a preparar la comida. Haría bollos al vapor rellenos con cerdo y huevo, además de unos vegetales frescos sofritos.
—Gege, vi la herida; fue profunda. Por favor, quédese sentado, tendré todo listo en un momento.
Desde la cocina, le sonrió con tranquilidad, sin detenerse a la hora de cortar los vegetales con gran rapidez y precisión, incluso si su mirada se fijaba en él mientras lo hacía.
Está bien. Confiaré en lo que me dices. Y prometo no repetir lo de la necedad. Me quedaré tranquilo tal como deseas.
- Confiaba ciegamente en el rey fantasma pero había algo que lo tenía intranquilo. Por alguna razón se preocupaba por esos dioses necios que discutieron con el esa tarde. -
Quieres que te ayude con algo? En verdad, está herida no es nada. - trataría de distraerse un poco para así olvidarse del dolor que empezaba a sentir -
- escuchar lo primero que dijo lo puso en alerta, sabía bien como podía actuar aquel joven que era el terror de los cielos, poniéndose un poco nervioso, como si algo malo fuera a suceder. -
San Lang, por favor no vayas a hacer nada, esto... Fue por una necedad mía, y no ocurrirá de nuevo. Por favor no vayas a hacer algo contra esos dioses, solo sería tener problemas. Puedes prometerme que no harás nada?
- se quedo sentado en silencio esperando una respuesta, conocía bien a su San Lang y de lo que era capaz de hacer cuando estaba enojado. -
Haré lo que me digas pero por favor hazme esa promesa.
Al escuchar que la responsabilidad era de las deidades, su mentón se tensó y apretó con fuerza el paño, quitando el exceso de agua y dejándolo casi seco antes de llevarlo nuevamente a la piel herida. Ese quejido lo hizo tocarle con más delicadeza que a la porcelana, pero no detuvo su acción de limpiar bien su herida.
—Tiene toda la razón. No volverá a suceder.
Musitó con calma y una sonrisa muy suave.
Tras limpiar la herida, la vendó con tela limpia y con fuerza suficiente para mantener la herida cerrada.
—Haré cena para usted y luego descansará, ¿está bien?
Ah.. eso... - Por alguna razón creyó que no era conveniente hablar sobre ello. - fue por una tontería, un pequeño malentendido con algunas deidades. No te preocupes por ello.
- Al sentir el paño húmedo sobre la herida no pudo evitar dejar escapar un pequeño quejido. -
Tras despojarlo de la túnica y examinar con atención el resto de su cuerpo, buscó un poco de agua fresca y un paño limpio y comenzó a limpiar la sangre. Por fortuna, no había hemorragia, solo una profunda herida que igualmente vengaría.
