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—Qué lástima, ya lo he dicho y seguiré haciéndolo —se sintió extraña por una fracción de segundo; incluso su estómago dio un vuelco—. Me gustas, Meyer. Me gustas—quiso condenarse por sentir un poco de esas palabras... Pero no pudo. La atracción era innegable, pese a no competir con la sed de venganza. ¿O sí?
 
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