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WalterMeyer · 26-30, M
No es que no lo sepa. Mi cabeza tiene precio, estoy seguro que más de uno de los soldados imperiales me odia a muerte.

-Alzo la vista por unos instantes, aún así, no le soltaba, sostenía sus mejillas con firmeza mientras su cuerpo aún buscaba el calor ajeno, quería sostenerla por más tiempo-

Pero eso también es una ventaja. Soy la cosa más odiada del imperio, si se supone que es un bando tan o más justo que nosotros, o al menos pienso eso por la cantidad de mundos que no se han revelado en su contra, entonces.. posiblemente centren más sus esfuerzos en ir por mi cabeza. Pero ustedes, los reclutas, los que tengan potencial podrían salvarse, y los demás, simplemente irse.

Es una visión irreal, pero, sería lo mismo si cualquiera de los dos gana está guerra, es el mismo infierno con otro color.
—Sabes que es imposible que no importe, Walter. Si los imperiales ganan, tú y todos los que conoces van a sufrir los cambios, lo mismo si la Alianza gana —esa era una buena forma de recordarse a sí misma el motivo de su pelea. No quería que los pocos conocidos que tenía en el imperio sufrieran el castigo de perder la invasión a la tierra. Además, seguía creyendo fervientemente que El Imperio era la mejor opción para la paz. Suspiró suavemente y pareció desviar la mirada unos segundos—. Tú eres el capitán, si nos vencen, ¿Crees que van a permitir que te vayas así como si nada?
WalterMeyer · 26-30, M
-Habia hablado de más, una muy mala costumbre de explayarse delante de ella, sin ser algo voluntario Vela causaba esto en el. Curioso, este era uno de esos momentos dónde...sentía una conexión, algo un poco más profundo que solo palabras.-

Creo que eso lo sabes. Encontrar la forma, que está guerra termine, sin importar quién sea el bando ganador.
—¿Qué? —lo miró fijamente y sus manos se aferraron a la tela de su camisa. A veces las palabras de Meyer eran fuego en su interior, a veces nada. En esta ocasión sentía que podría derretirse entre tanta calidez... Y solamente había sentido eso una vez en el pasado, lo que le dio cierto nivel de inquietud. Nueve crímenes eran los que la perseguían, enamorarse realmente de él no debía ser uno de ellos—. Dime.
WalterMeyer · 26-30, M
-Ciertamente, Meyer había sido distinto los últimos días, incluso su grado de desobediencia había sido mejor extrañamente, hasta los superiores se preguntaban que había pasado, pero, con el poco tiempo estaba recobrando sus pedazos, Vela tenía qué ver en eso, por más que la realidad fuese más cruda...¿O no?- Es porque eres real que puedo tocarte sin tener aversion a tu contacto... Eres mía, si, así como yo lo soy de ti.

Es por eso que...
Quiso volver a molestarlo y recordarle que ella era efímera para verlo deshacerse de nuevo; empero, los últimos días él habia estado tan deprimido tras haberle confesado sobre su origen que Vela no podía evitar sentir cierta comprensión por ese dolor. De todos modos, romperlo de a poco era la tortura que quería para Meyer, y eso implicaba mimar en los momentos clave—. Sienteme entonces y date cuenta de que también soy real. Estoy aquí, entre tus manos, no podría pertenecerle a alguien más... ¿No crees? —Le sonrió y estiró los brazos para tomarlo de los costados.
WalterMeyer · 26-30, M
-Una sonrisa apareció en sus labios...¿Acaso estaba complacido? Posiblemente esa era su intención todo el tiempo, algo imposible de descubrir por ahora. Sus manos aún le sostuvieron, siendo las yemas de sus dedos las que acariciaron la piel de sus mejillas, Meyer, de los dos era quien sentía está sensación más vivida, por más que no la entendiera del todo- Lo dije antes también, pero lo puedo decir de nuevo. Me gustas, Vela, no conozco del todo el sentimiento, pero, puedo estar seguro de que es real
—Qué lástima, ya lo he dicho y seguiré haciéndolo —se sintió extraña por una fracción de segundo; incluso su estómago dio un vuelco—. Me gustas, Meyer. Me gustas—quiso condenarse por sentir un poco de esas palabras... Pero no pudo. La atracción era innegable, pese a no competir con la sed de venganza. ¿O sí?
WalterMeyer · 26-30, M
Dije que no las uses en mi contra. No que no podías decirla -A pesar de lo directa que fue con eso último, el evadiria la pregunta, más bien, se centraría en lo primero, quizás intentando dejar de lado la idea.-

Son dulces a mis oídos. Sabes que hacen temblar mi interior.
—¿No puedo decirlas? —cuestionó al alzar la vista para verlo. El calor ajeno estaba siendo traspadaso a ella merced a la cercanía, y podía escuchar el corazón ajeno latir—, ¿todavía temes que te deje?

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