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A1560784 · F
Se quedó ahí, con la zurda en el aire y el pañuelo sucio merced a la sangre. Aliza suspiró pesadamente; sabía que los animales eran difíciles de domar, más los gatos, pero debía mantenerlo a su lado como última petición de su anciana abuela y por conveniencia propia. Para poder canalizar sus poderes.

—Ella quería que te cuidara, lo sabes —dobló el pañuelo y lo guardó en el bolsillo de su falda para meterlo lavar después—. Eres mío, o, por el contrario, yo soy tuya.
No tenía idea de que era que lo juzgarán, las cuestiones humanas no le eran relevantes, ni siquiera las comprendía, por lo que suspiraba y le daba la espalda.

— No trates de decirme que hacer, ahora que la anciana murió yo soy libre. —

Se relamia la sangre que había caído sobre sus labios y miraba con cierto desdén a la "invasora".
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Aliza resopló y negó suavemente con la cabeza. Quiso regañarlo, pero no podía culparlo ni cuestionar su lealtad para con su abuela. En aras de mantener su mente ocupada se dirigió al buró cercano y extrajo un pañuelo de uno de los cajones.

Con la diestra lo sostuvo del mentón para alzarle la mirada y con la zurda le limpió la sangre de la nariz y la boca.

—Haré algún hechizo de protección para esa casa, pero deja de escaparte a escondidas. Ya no te ven como a un animal, recuerda. Podrían juzgarte o algo peor.
— Deberías ver como deje a los otros, nadie se mete en mi territorio sin salir ileso. —

Y así es como se había peleado con pandilleros que querían vandalizar la vieja casa de su antigua ama, a la cual pensaban robar de sus muebles rústicos por parecer lujosos, después de todo las brujas solían conservar cosas valiosas.
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—¿Peleas de tejados nuevamente? Eres imposible.

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