Lo pilló en la movida cuando su mano, inconscientemente, buscaba a tientas cualquier pieza de las ropas ajenas en la cual alojar su ansiedad al empuñarla. Chasqueó la lengua como un habitual gesto de fastidio, pero no por ella. Enseguida el cuerpo de la mutante, unido al suyo, le devolvió el calor a su cuerpo.

— Creí que mencionarías algo sobre cuando hablo tan rápido que retumba en tus oídos como zumbidos –levantó una ceja, mirándola por encima de su hombro al sentir la punta de su barbilla encajarse en él. No tardó en sonreír y en acariciar esas pequeñas manos que se tomaban entre sí alrededor de su torso–. ¿Quieres que te lleve a la cama? Te ves cansada.

— ¿Sí? Pues. Yo percibo tu ansiedad incluso cuando estamos juntos.

Dio un pequeño paseo alrededor de su mellizo, deteniéndose detrás de éste para tocar su espalda y luego abrazarlo desde allí pegando la barbilla en él.

— Lo noto porque inconscientemente aprietas la tela de mi capa.

Francamente, siempre creyó lo mismo. Siempre sentía la necesidad de estar unido a ella.

— Estar separados me produce ansiedad —cual chiquillo, sus hombros encogió. Sonaba a capricho, ciertamente, pero sentía que estar separados el uno del otro era más bien antinatural.

— Creo que siempre debimos ser uno solo, Pietro. Pero estar así, escindidos, lo hace interesante, ¿no?

– Compartimos el mismo vientre, nacimos juntos... para estar juntos.