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Rol Privado con Chiara
 
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WM1566297 · 26-30, M
Se le acercó, sentándose a uno de los bordes de la cama y colgando la mano derecha sobre uno de sus níveos muslos, calentando un camino de la rodilla hasta la mancha rosada que le había dejado en la intimidad del muslo interno; las cenizas del fuego que ardió en la habitación hace muy poco. Olía a tal, también: a juventud, a felicidad efímera y amor de pieles.
WM1566297 · 26-30, M
– Oye, Chi. – Algo de Lofi calmaba su arritmia junto a la ventana que estaba empañada por dentro y era abatida por un aguacero por fuera, acallada por la percusión de la lluvia. Su piel ya no estaba perlada por el esfuerzo, pero algo le hacía irradiar la belleza cultivable solo por el placer. Estaba desnudo, sin alardes. Ella conocía cada rincón de su cuerpo y de querer hacerlo, quizá hasta podría escribir un mapa de sus cicatrices y señalarle las nuevas en cada visita. – Hay quienes dicen que uno no muere mientras lo recuerden. – Destapó una botella de agua y bebió un poco de ella cuando tuvo que hacer pausa, se le atascó el sentimiento en la garganta. – ¿Tú quieres que te recuerden? – Se giró en torno a ella, donde la dejó: en la cama matrimonial. Estaban en un hotel, esta vez. No uno muy bueno, pero lo suficiente como para tener un jacuzzi cómodo en medio de la sala, con un televisor enorme de fondo y un espejo en el techo. (...)
WM1566297 · 26-30, M
Al cabo de unos tres meses quedaron en verse. Fueron a bailar, a un stand-up y echaron un polvo en un motel de aquellos que no hacían preguntas innecesarias. Con el pasar de los años se cultivó una amistad entre ellos, amistad que la premió a ella con regalos ostentosos y esporádicos que si bien ella nunca le pediría, él quería hacérselos. Años de conocerla no le había quitado el encanto al sonreír, casi como si siempre hubiese sido genuina. El primero que le hizo fue un viaje en primera clase, un boleto para ella y otro para quien quisiera llevar, originalmente a Hawaii, pero el propósito de la Primera Clase era que lo pudiese cambiar por cualquier otro si las islas le parecían muy clichosas o la arena fina muy trillada. (...)
WM1566297 · 26-30, M
“Chiara” le dijo que se llamaba, con una sonrisa de esas que podías escuchar de ser ciego, de las que ves con el corazón. – “Ch-Ch-Ch-Chía” – Respondió el gringo, que pasado de las copas encontraba su lado mamón y de humor fácil. Esa noche platicaron un rato más, de todo y de nada. Ella fue honesta con su oficio, o quizá le estaba haciendo una oferta; él le contó acerca de su matrimonio pues, confesada o no, ya se sospechaba por dónde iría aquella relación. Aquella noche no le compró más que tragos y su viaje en el taxi. (...)
WM1566297 · 26-30, M
Las prostitutas le habrían parecido algo sucio, acudir a ellas una vergüenza y evidencia de ser poco hombre y patético. Pasa que ya no era un crío. La vida le borró la línea infantil entre el bien y el mal, la virtud y la mundicia que le inculcó la sociedad. Hasta se había tomado la molestia de encariñarse con una de ellas, la única que solicitaba desde el 2006. Tío Sam le pagaba bien a las putas, pues así como la coca y los sueldos mínimos: eran lo que mantenía la rueda del capitalismo rotando sin que se aborrezca algún empleado y tirotee su fábrica. (...)
WM1566297 · 26-30, M
William Mathew Mitchell Jr., vamos, que se podían contar en una mano las personas que sabían de su segundo nombre. ¿Quién lo conoce? Nadie. No a fondo. No se daba a conocer, no se abría a nadie ni de brazos ni de brazas. Lo que hacía en contadas ocasiones, los meses de bajo tránsito de terroristas ( del bando suyo y el enemigo ), era dejarse entrever a espaldas, por la ranura de una puerta que nunca se tomó la molestia en cerrar. Cuando hacía su cambio metafórico de ropas. (...)

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