—Ah, veamos —añadió junto con un suspiro de fastidio—. Creo que mi sangre será lo último que se derramaría en este lugar, pero podrías intentarlo, no perderemos nada. ¿No es así, «Firulais»?
Casi con cierto tono burlón pronunció el nombre alargando las letras. En lo que terminaba de hablar fue avanzando hasta que la escopeta terminó justo en medio del pecho de Lily, quién sonrió entornando los ojos.
El perro era incapaz de entender que Firulais era el nombre que aquél hombre acababa de inventar, no parecía incomodarle la presencia femenina y movía la cola mientras alternaba la mirada entre ambos.
— De acuerdo, es posible que no se llame así, lleva siguiéndome el día entero. —exclamó con menos fastidio que antes. Volvió a inclinar y ladear el rostro hacia el arma que mantenía en posición firme, alineando su ojo con la mirilla de hierro y el dedo en el gatillo.— Si te acercas más nos vas a salpicar con tu sangre, quédate ahí.
—Firulais es un nombre ridículo para un perro —forzó una sonrisa aunque mantenía los brazos alzados, al menos hasta que sintiera algo de cansancio—. Entonces estás apuntando bien, anda, dispara, enséñale a tu perro de lo que eres capaz.
La sonrisa ya había desaparecido del rostro de la mujer que a su vez avanzaba a paso firme, emocionada por ese encuentro.
— Y ahí va mi tiro perfecto... —suspiró con resignación. Que una completa desconocida se interpusiera entre él y su presa era más que suficiente para que mostrara incomodidad, dejó de apuntar pero no bajó el rifle.— ¿Te importa? Le aposté a Firulais que podía volarle la mandíbula de un disparo a uno de esos cosos consumidos por el abismo.
—Esa «cosa» tiene nombre —apareció de la nada frente a la mira a unos cuantos metros más allá. Alzó las manos a la altura de su cabeza como precaución. Su apariencia: la de una mujer común.
