No podía creer que la hubiesen mantenido al margen de tanto, de pronto, se sintió más furiosa que triste, más por el hecho de seguir lidiando con esa horrible costumbre de Synne de considerar a las personas objetos de cambio para sus intereses. Frunció el ceño y empujó a la loba, para verla directamente a los ojos. —¿Y pensaban decirme algo en algún momento?— Al menos la cachorrita no estaba muerta... o eso quería pensar. Desvió la mirada. —Quiero hablar con ambas. Estoy harta de sentirme como un adorno para ustedes, y de no tener voz en esta casa. Se que creen que soy débil e ingenua, que no está bien que me entere de los problemas del mundo.— Extendió su brazo y con su índice presionó en la clavícula de su alfa. —Entiende que no soy frágil. Y Synne debe entender que ya no tengo ocho años.