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JB1535635 · F
─────1985. EEUU.

Ryan Wright. Eso decía en su etiqueta. Ese era su nombre. Ese era él y al mismo tiempo no, porque cada vez que miraba a través de la barrera de vidrio y presenciaba cómo el picahielo se abría paso en la cabeza de un nuevo paciente, sentía cómo algo dentro de él se removía. Eran náuseas decía su sentido común. Eran sus vidas anteriores revolviéndose le decía su sentido más primario. Aquel que le llevaba enseñando, por años, pasajes de otras personas. Pesares, miedos y pasiones de rostros desconocidos y familiares al mismo tiempo. Todos lo habían movido hacia donde estaba en ese momento. Se había adentrado en la tormenta con la esperanza de encontrar el ojo de la misma donde la calma lo envolvería. Irónicamente se encontraba más a salvo en el terreno minado que afuera. No levantaba sospechas acerca de su naturaleza. No lo registraban como algo más que un peón. Estaba lejos del alcance de la Asociación Alois, aquella secta de personas como él donde su tía había intentado venderlo antes de que él escapara por un conducto de aire.

De nuevo, guiado por su lado más primitivo. Escuchó su nombre y se volteó con esa pequeña sonrisa en el rostro que daba la bienvenida a cualquiera a creer que todo ahí estaba bien. Que su estómago no acababa de revolverse de nuevo ante la posibilidad de acabar con el cerebro partido en dos por obra y gracia del picahielo que el doctor, estaba seguro, utilizaba con goce. Era Sarah, una de las enfermeras, que se movía inquieta de izquierda a derecha con el ceño fruncido en esa expresión que conocía demasiado bien. La que utilizaba cada vez que un paciente se las daba de escapista. Ryan escondió las manos en los bolsillos de su bata blanca y caminó con disimulo hasta llegar a su campo de vista. Poco a poco empezó a silbar en esa despreocupada melodía que su cabeza había retenido de su padre cuando aún vivía.

Sarah volteó de inmediato.

¿Otra vez? —preguntó él con un tono burlón. La enfermera resopló por lo bajo y asintió con la cabeza. Sin embargo, esa expresión no le duró tanto antes de mandarlo a alcanzar a la paciente antes de que fuera demasiado tarde. Sarah era una devota a la normalidad. Y una cobarde a lo desconocido. Así que cuando se presentaba algún cruzado de cables al lugar era la primera encantada con la idea de mejorar la sociedad. Ryan la detestaba. Incontables habían sido las noches donde había soñado con la mujer volteándole la cabeza. O, mejor, hundiendo el picahielo sin contemplaciones ni cuidados para que estuviera más cerca de esa normalidad que tanto atesoraba. Que la sintiera.

De manera sútil, decidió comprar un poco más de tiempo a la que acababa de salir huyendo mientras que le preguntaba dos veces, la primera por distraído y la segunda de corroboración, por dónde había visto desaparecer a la paciente. Siete segundos eran una gran ventaja. Podías correr lo suficiente en siete segundos como para entrar en la lista de casos fallidos. Y libres.

Sin embargo, iba a ser que siete segundos no habían sido suficientes para el asustado cervatillo que se acorralaba con urgencia en una de las paredes. Ryan colocó los ojos en blanco, sintiendo más molestia por haber soportado siete segundos con Sarah que por el hecho de que aquella no se hubiera largado. Observó de izquierda a derecha. No había nadie. Pero aquello no sería para siempre. El moreno dio un par de pasos en el callejón conforme su voz se deslizaba por los charcos de agua pasada y el moho de las paredes sucias:— ¿Qué más querías? ¿Un minuto para escapar? —preguntó en un tono burlón. Decidió quedarse en su lugar y cruzar de brazos cuando lo sintió en el ambiente. Ese «algo» que le indicaba que había algo diferente. No estaba seguro acerca del qué, pero era algo que lo movía a echar raíces en su lugar y escuchar a la desconocida. Entre tantas muertes que había sufrido el moreno, entre tanto dolor que había conocido a lo largo de los años, entre tanta experiencia... uno supondría que se habría vuelto más empático.

Y lo era. Pero en el sentido de reconocer cuándo valía la pena continuar peleando y cuando no. Si tenías un espíritu débil, era mejor devolverte con el picahielo y el doctor goce y terminar con el sufrimiento, esperando que en tu siguiente vida nacieras con mejores oportunidades de sobrevivir en un mundo donde serías rechazado por tu naturaleza.