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Mirages.
 
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VeraFarina · F
“Pero todo cuanto ahora existía era un espacio en blanco. La Diosa tomó una piedra y de su alma moribunda escapó el don de la creación que se impregnó en el canto de esta. Nadie sabrá qué es lo real, si el vacío que fue antes o el reflejo del ahora. Y tal instrumento fue el responsable de las almas, de los cielos, de la tierra; de la bondad y de la maldad. De lo absoluto.”
VeraFarina · F
Planeó durante mucho tiempo el golpe que daría y, cuando llegó el momento, robó la piedra de la creación; una de las reliquias de la ciudad que había dejado la Diosa a la que se consagraban. Así lo lograría; así haría lo correcto, lo que le habían inculcado; no dejaría que su maestro muriera en vano. Él sería el ser supremo, porque su destino era serlo, y para eso vivía: únicamente para hacerlo realidad.
VeraFarina · F
Después de la muerte de su maestro, pasó días y noches enteras cuestionando el motivo de su existencia; ya que sin su mentor no podía concebir alguno. El resto de los archimagos lo siguió entrenando, habían visto capacidades suficientes en él como para llegar a ser el sucesor de su compañero. Fue eso, justamente, lo que lo llevó a creer que aquel había sido siempre su destino. Su identidad entonces sufrió otra distorsión más, hasta que se convenció de que su maestro se había ido para darle paso a él y dejarlo a cargo del plan que tenía; adoptó por completo la personalidad de su tutor, volviéndose ya no un chiquillo callado y recatado, sino una persona engañosa, soberbia, con matices narcisistas; mas nunca dejó de culpar al mundo por lo que había pasado, y el rencor se fue alimentando poco a poco con el pasar de los años.
VeraFarina · F
El quinceañero lo tomó entre sus brazos y no pudo controlar el maremoto de emociones que pareció atacar su pecho: miedo, tristeza, dolor, ira, culpa. Al fin liberó eso que en aquel entonces no quiso dejar salir: sus ojos se inundaron y las lágrimas cayeron a borbotones por sus mejillas; pero no, no fue suficiente. Un sonido gutural salió de su garganta; fue como si expresara de ese modo la frustración que comenzaba a anidar en su ser. Si hubiera sabido lo que dolía perder a un ser amado nunca hubiera aceptado acompañarlo en primer lugar. Vida injusta, que da y luego retira.

¿Por qué?, ¿por qué él?, ¿por qué la única persona que lo había amado?, ¿quién había sido capaz?, ¿qué había hecho mal?, ¿por qué no lo había acompañado?
VeraFarina · F
Era un mar de nuevos objetivos, nuevos sentimientos, nuevas vivencias, y le encantaba. Aceptó sin rechistar el nuevo puesto que se le otorgaba, aunque fuera solamente para cumplir la meta de su mentor; aprendió tanto como pudo y se consolidó como un pupilo estrella que tenía un talento trabajado —no innato realmente— y una disciplina envidiable. Y, ¿cómo no? Si era todo a lo que aspiraba en la vida.

Pasaron los días, los meses y los años. Archer contaba con quince anualidades cuando su maestro desapareció: un día como cualquiera salió a hacerse de provisiones y nunca volvió. El resto de los archimagos se movilizaron junto con los aprendices, y no descansaron a lo largo de tres días hasta que dieron con el cuerpo, tirado en el suelo de una casa abandonada.
VeraFarina · F
Y así, tan rápido como comenzó, ambos establecieron una especie de alianza, que con el tiempo se consolidó como una relación padre-hijo. Archer adoptó las costumbres de su nuevo tutor, a tal grado que utilizaba las mismas muletillas, hacía los mismos gestos y tenía el mismo sentido del humor; así, tan fácil de moldear, fue enseñado a creer en el propósito de su mentor, que no era otro sino el de el poder absoluto. El archimago creía fervientemente que solamente un ser en el mundo debía tener el poder, ser “el supremo” y esparcir aquello como un mantra. Una especie de comunismo, quizá.

Archer desarrolló un cariño incondicional hacia su “padre”, volviéndose obediente y buscando siempre el reconocimiento de éste. Cuando se le expresó la idea de volverse un aprendiz, casi le brotaron lágrimas de los ojos; pero contuvo las ganas debido al miedo que le daba aquel nublamiento en su mirada, ya que desconocía por completo las consecuencias de las emociones, tales como el llanto.
VeraFarina · F
Hubo una especie de conexión instantánea: el mayor iba en búsqueda de un viejo amigo que presumía hospedarse en tal lugar, cuando de pronto se topó con el menor —que tenía apenas cumplidos los diez años— y descubrió en el vacío de sus ojos el perfecto molde. Realmente no lo guió la benevolencia en un principio; requería un pupilo, un aprendiz que siguiera el mismo ideal que él, pero jamás pensó que lo hallaría de manera tan espontánea.

—¿Cuál es tu nombre, niño?

Silencio.

—Te he preguntado tu nombre.

—No tengo, no tengo nombre ni apellido.


—Desde hoy te llamarás Archer y vivirás conmigo, ¿de acuerdo?

—Está bien.
VeraFarina · F
Tal vez por eso fue que creció con problemas de identidad. Nunca se consideró a sí mismo como un “alguien”, sino más bien como un “algo”. Su existencia no tenía un propósito exacto, y se paseaba por los pasillos siendo un contenedor vacío a la espera de un final o de ser requerido. La muerte era algo común en su hogar. Los adultos iban y venían conforme el tiempo pasaba ,y por eso no le causaba pesar la idea de desaparecer, de llegar a ser inexistente; al menos hasta que llegó él.

Cuando el pequeño conoció al archimago a cargo de la fortaleza, no sabía que encontraría un propósito en la vida que lo haría tener por fin aquello que ni siquiera aspiraba a poder recibir durante su existencia: propósito.
VeraFarina · F
En la casa de huéspedes dentro de aquel país cuyo nombre Archer no podía recordar, no existía una persona tan joven como el niño pelinegro que había sido abandonado en la entrada. Los dueños no tuvieron corazón como para dejarlo a su suerte, así que lo acogieron bajo su techo y le ofrecieron comida y una cama que, si bien no era cómoda, iba a servirle para descansar. Creció bajo la tutela de muchas personas adultas, pero jamás pudieron ofrecerle ni una pizca de amor o de tiempo. “¡Oye tú!”, “¡niño!”, eran algunas de las maneras en las que lo llamaban; y lejos de lo que se creería, a él aquello no le molestaba, pues no aspiraba a recibir algo que desconocía y que no encontraría tras las puertas de esa casa; siendo que nunca cruzaba el umbral.

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