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Un sonrojo carmesí permanece ahora en sus mejillas, guardando las palabras que Kasha le había dicho y ese dulce beso que le invitó a moverse, acomodándose en frente hasta elevar sus brazos despacio, posando cada mano en los hombros de esa hermosa diosa.

No había vergüenza o pudor al enseñar su piel expuesta a ella. Probablemente por esa sensación de seguridad que la más alta solía trasmitirle; a veces sentía que podía mostarle todo su ser sin temor alguno.

— Seré honesta contigo querida, solía ser una molestia. Ahora es entretenido y menos solitario; aunque tenga que adiestrarle, no es una amenaza.
 
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