— Mi luz... Mi mundo... Mi amor.
Viego se abrazó a Isolde, al recuerdo de esta, a su deseo por tenerla de vuelta. Ella lo miró por encima del hombro, y con una débil sonrisa entre labios se refugió en los brazos de su rey. Ya no había marcha atrás, todo estaba hecho. Pronto dejaría de ser un vago recuerdo; pronto sería realidad. Y ni siquiera la muerte se atrevería a arrebatarla de su lado.