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« Con su último aliento y una suave caricia a su mejilla, Isolde profesó por última vez esas palabras que Viego tanto había temido de no volver a escuchar jamás. Un «te amo» que resonó en la cabeza del rey como un eco vacío e inentendible, y del que habría deseado aferrarse aunque sea como un vago recuerdo.

Kalista vio el horror en su mirada mientras Viego sujetaba el cuerpo sin vida de su esposa; y entonces el rey, suplicante, ordenó a su general darle la tan ansiada cura a pesar de que ya era 𝘥𝘦𝘮𝘢𝘴𝘪𝘢𝘥𝘰 𝘵𝘢𝘳𝘥𝘦. »
 

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