Las estrellas en la noche brillaban con fuerza, una luz que era tanto misteriosa como conocida. Pero para Altair, sólo había una estrella que realmente importaba, y esa estrella tenía un nombre: Mirach. Sus ojos se encontraron, y la mirada de su amado tocó algo profundo en su ser.
—No te equivoques, Mirach. Puedo ser tan malvado como cualquier estrella en el cielo. —Su voz era firme, casi áspera, pero había una suavidad subyacente en sus palabras, una ternura que sólo su futuro esposo podía despertar en él—. Pero en tu presencia, incluso esa maldad se desvanece.
Altair tomó la mano de Mirach, entrelazando sus dedos con los de su amado, sintiendo el calor familiar que siempre lo reconfortaba. Había una fortaleza en su agarre, un compromiso silencioso que trascendía las palabras.
