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La luz del día comenzaba a desvanecerse, tiñendo la habitación de tonos anaranjados y dorados. Altair yacía en la cama, envuelto en mantas, su rostro pálido y sus ojos ligeramente opacos a causa de la fiebre que le acosaba. Cada vez que tosía o se movía, un dolor agudo le recordaba lo vulnerable que se encontraba en esos momentos.

A pesar del malestar, había algo reconfortante en estar en su propia cama, en su propio hogar. Y ese consuelo se multiplicaba por la presencia constante de Mirach.
 
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User1583788 · 26-30, M
Tomó unos sorbos, sintiendo cómo el líquido fresco recorría su garganta. Luego, dejó el vaso y tomó la mano de Mirach con la suya, aunque su agarre era débil. Los ojos de Altair se humedecieron, brillando con lágrimas contenidas. —Estoy tan agradecido, Mirach. Incluso en mis peores momentos, cuando la oscuridad me envuelve, siempre has sido la estrella más brillante de mi vida. El faro que me guía. Estoy tan feliz de estar a tu lado. No sé qué habría hecho sin ti.— Era algo que sin duda... Estaba agradecido desde el fondo de su corazón.
 
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