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La luz del día comenzaba a desvanecerse, tiñendo la habitación de tonos anaranjados y dorados. Altair yacía en la cama, envuelto en mantas, su rostro pálido y sus ojos ligeramente opacos a causa de la fiebre que le acosaba. Cada vez que tosía o se movía, un dolor agudo le recordaba lo vulnerable que se encontraba en esos momentos.

A pesar del malestar, había algo reconfortante en estar en su propia cama, en su propio hogar. Y ese consuelo se multiplicaba por la presencia constante de Mirach.
 
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—Los pacientes no deben de pedir disculpas por cosas como esas, angustiarte no hará que mejores— Aunque cuidar de un enfermo era una tarea complicada, para Mirach el poder ayudar a su adorado rubio era recompensa suficiente, sobre todo en el estado tan delicado en el que se encontraba —Ya me compensarás todo cuando mejores, por ahora solo deja que te consienta como debe ser— Tocó el paño húmedo que tenía en la frente de Altair y al sentirlo caliente se lo quitó para enjuagarlo con agua fresca.

—¿Necesitas algo en especial? ¿Agua? ¿Otra manta?— Cuestionó mientras devolvía la tela a su lugar con la esperanza de que le ayudara a bajar la fiebre.
 
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