Hᴜʟɪ Jɪɴɢ - Mᴀᴄʜɪɴᴇ | Fᴀɴᴛᴀsɪ́ᴀ | Cʏʙᴇʀᴘᴜɴᴋ/sᴛᴇᴀᴍᴘᴜɴᴋ/ᴍᴏᴅᴇʀɴᴏ.
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H1582845 · M
Las malas voces contaban sobre unas propiedades abandonadas, a veces en una índole macabra.
Los cimientos del hombre danzan con el inevitable pasar del tiempo y perecen sobre la naturaleza; en aquellos vastos campos reinaba la mayor soledad, donde edificaciones y signos de lo que una vez indicaban poblaciones se hundían en inacabables terrenos de hierbajos. Las hiedras ocultaban la belleza de cementerios abandonados y la humedad hacía de factor fatal para su deterioro.
Aun así, postraba el deterioro como una beldad particular. ¿Quién pensaría que en sus cementerios, iglesias y casas abandonadas los muertos soñarían pesadillas? En un lugar así de único brindaba más melancolía. A su manera.
A lo largo de charcos y hundimientos de la fauna más enrevesada nacía un repertorio hermoso: narcisos que se apegaban a paredes de piedras antiquísimas, claveles que curiosamente daban guía hacia los cementerios al seguir su trazo, orquídeas en un paso gradual hacia la marchitación conforme eran próximas a yermas tierras.

En una visión global, en siglos atrás pertenecieron a grandes nobles y su ego ahora perecía en lo más profundo de la tierra. Nadie había tenido interés en salvar un lugar tan inhóspito y dejado de la mano de dios; siendo ojo de turistas, algunos acababan perdiéndose y las leyendas urbanas erigían prejuicios. Era una manera de no acercarse... ¿A no ser que hubiera un interés particular?
Frente un clima tan desesperante de lluvias extremas todo edificio se había perdido, quedando de sí vestigios de un pasado glorioso, excepto una mansión victoriana de la que hiedras y hermosas flores edulcoraban una imagen nostálgica.
Escapaban carcajadas y voces perdidas en unas tierras inhabitadas. Lo único que les daba la sensación de estar vivas.
Los cimientos del hombre danzan con el inevitable pasar del tiempo y perecen sobre la naturaleza; en aquellos vastos campos reinaba la mayor soledad, donde edificaciones y signos de lo que una vez indicaban poblaciones se hundían en inacabables terrenos de hierbajos. Las hiedras ocultaban la belleza de cementerios abandonados y la humedad hacía de factor fatal para su deterioro.
Aun así, postraba el deterioro como una beldad particular. ¿Quién pensaría que en sus cementerios, iglesias y casas abandonadas los muertos soñarían pesadillas? En un lugar así de único brindaba más melancolía. A su manera.
A lo largo de charcos y hundimientos de la fauna más enrevesada nacía un repertorio hermoso: narcisos que se apegaban a paredes de piedras antiquísimas, claveles que curiosamente daban guía hacia los cementerios al seguir su trazo, orquídeas en un paso gradual hacia la marchitación conforme eran próximas a yermas tierras.

En una visión global, en siglos atrás pertenecieron a grandes nobles y su ego ahora perecía en lo más profundo de la tierra. Nadie había tenido interés en salvar un lugar tan inhóspito y dejado de la mano de dios; siendo ojo de turistas, algunos acababan perdiéndose y las leyendas urbanas erigían prejuicios. Era una manera de no acercarse... ¿A no ser que hubiera un interés particular?
Frente un clima tan desesperante de lluvias extremas todo edificio se había perdido, quedando de sí vestigios de un pasado glorioso, excepto una mansión victoriana de la que hiedras y hermosas flores edulcoraban una imagen nostálgica.
Escapaban carcajadas y voces perdidas en unas tierras inhabitadas. Lo único que les daba la sensación de estar vivas.