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Hᴀʀᴅ ᴀɴᴅ ᴄᴏʟᴅ ᴀs ᴍᴇᴛᴀʟ.
 
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Le habían retirado la mano derecha para comenzar ahí su examinación y una caja de cristal era la jaula de pájaro que la mantenía cautiva. Ya había intentado romperlo, pero era demasiado fuerte y Nüying no contaba con toda su fuerza tras el cansancio que le suponía mantenerse peleando por su vida día sí y día también.

A lo lejos escuchó unos pasos y su mirada se dirigió hasta el joven que apareció como un ente salido de las sombras del pasillo. Nunca lo había visto, ¿quién era?, ¿venía a hacerle más pruebas?

¿Qué? fue lo único que atinó a decir. Por suerte podía escucharlo merced a los speakers que estaba conectados entre el exterior y el interior de la cabina. ¿Sería un interno?, ¿un nuevo trabajador? Negó con la cabeza muy lentamente y con cierta duda para responder a su pregunta. Decidió que lo mejor era no hablar mucho, al menos hasta saber si era un enemigo más.
Había sucedido, después de tanto tiempo corriendo, escondiéndose y ocultando sus huellas... Al fin la habían encontrado y capturado. Nüying era una pieza "peculiar" pues su construcción había sido casi artesanal: cada detalle de su fisionomía, cada conexión, cada unión, todo había sido construido a mano por aquel que una vez amó. Sus piezas eran únicas, su funcionamiento era a base de vapor, aunque se adaptaba bien al plomo y a los líquidos más vendidos. Y su transformación en un zorro mecánico, ¿cómo es que funcionaba exactamente? Ni ella lo sabía, pero ahora que la tenían cautiva era cuestión de tiempo antes de que lo descubrieran. Y no quería, de verdad el dolor por el que se vio obligada a pasar cuando perdió sus extremidades y la recuperación posterior fueron infernales; casi se volvió loca... ¿Cómo podía permitir que le hicieran lo mismo a otras personas?
AleisterMayfield · 26-30, M
Un frío y sórdido recorrido; no había más que cabinas vacía a cual más aceitada como estropeada… «¿Qué era este lugar?», «¿Cómo llegué aquí?», pensaba errante. Se podía escuchar el repetido eco de bisagras moviéndose una y otra vez que entorpecían su devaneo. Sin embargo, algo que terminó captando su atención no fue sino la cabina en la que una figura semejante —en un estado inusual— a una mujer yacía. Se aproximó los suficiente hasta ella, pero para su sorpresa no era lo que creyó.

—Oye… ¿Estás bien?

Tal vez curiosidad, tal vez estupidez o tal vez no habiendo de otra, decidió acercársele más, lo suficiente para colocar su palma sobre el cristal que los separa y hacer aquella pregunta.

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