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𝘚𝘩𝘦 𝘸𝘢𝘴 𝘴𝘪𝘯𝘨𝘦𝘥, 𝘣𝘭𝘦𝘦𝘥𝘪𝘯𝘨, 𝘣𝘳𝘶𝘪𝘴𝘦𝘥, 𝘢𝘯𝘥 𝘧𝘶𝘳𝘪𝘰𝘶𝘴𝘭𝘺 𝘢𝘭𝘪𝘷𝘦.
 
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JamesLautrec · 36-40, M
La mano que había colocado sobre la mesa deslizó los dedos hasta que logró cerrar el puño, acomodando los nudillos contra la madera. Cerró los ojos, sintiendo la tensión acumularse hasta que finalmente la relajó, y tanto deshizo el puño como soltó un profundo suspiro. Su mirada se colocó entonces en la ajena, sin titubear, puesto que intentaba mostrarse lo más transparente posible.

— Pero no puedo garantizarte que sea un proceso fácil, si no todo lo contrario. Porque la única manera de definir cuál es el camino por delante, es entender qué fue lo que ocurrió. Y necesitarás no solo ser sincera conmigo, si no contigo misma también. Porque seguramente habrán cosas que son difíciles de aceptar.
JamesLautrec · 36-40, M
— Está bien. — Dijo con voz seca y apagada, apretando los labios poco después de haber contestado. Sentía una vaga sensación de arrepentimiento, ¿pero qué otra opción tenía? De seguir todo igual, un día Nüying saldría por la puerta y nunca volvería. Y entonces todo volvería a la normalidad; al eterno vacío de la incertidumbre. A pensar en si las cosas pudieron ser diferentes cuando ya era demasiado tarde para hacer algo. Y esa, la sensación de encontrar sentido en las cosas mucho después de que se haya ido el momento de arreglarlas, era de los peores fantasmas que atormentaban a James.

— Seré tu terapeuta. — Su tono se realzó con mayor firmeza para proyectar su determinación por encima de la inevitable incertidumbre que sentía. — Y gozarás de todos los privilegios como paciente bajo la declaración de Ginebra.
JamesLautrec · 36-40, M
Pero ese no era el único riesgo. Estaba documentado desde hacía años que, al recibir aumentos cibernéticos de forma tan invasiva en un corto periodo de tiempo e ignorando el rechazo del organismo, la mayoría de los pacientes, especialmente aquellos intervenidos quirúrgicamente fuera de un ámbito profesional, podían terminar con la psique hecha trizas al ser un proceso tan traumático.

Esto, por lo general, implicaba un intenso y breve régimen de medicación con la meta de nulificar la mente del usuario y sus recuerdos en los primeros meses, efectivamente colocando lo que sería un velo por encima de la horripilante pesadilla, y esperar que este, de milagro, no se cayera.

Era prácticamente una apuesta a ciegas. Y no sabía, en este caso en particular, lo que podría haber detrás del velo. Un paso en falso al explorar los recovecos de su pasado, en un abrir y cerrar de ojos, traería todo ese dolor de vuelta.
JamesLautrec · 36-40, M
James apretó la mandíbula en ligera y contenida frustración al notar que Nüying, tras haberse hecho pequeña al abrazarse a sí misma, parecía disponerse a simplemente desaparecer por las escaleras. A huir, como ahora ya bien estaba acostumbrado a esperar cada vez que intentaba aproximarse un poco más. Pero para su sorpresa, no avanzó, y su voz dubitativa rompió aquel silencio, uno de los tantos que les envolvían siempre que las cosas se ponían incomodas.

Mayor fue dicha sorpresa todavía al escucharla plantear aquella peculiar petición con particular ímpetu, uno que se desenvolvía desde un agobio tan genuino. Sintió el impulso de querer responder enseguida, de protestar casi por mero arrebato, pero sus labios solo se entreabrían en afán de que a estos llegaran las palabras, pero ningún sonido se formulaba. Sabía perfectamente, de entrada, que se encontraba sesgado y se le dificultaría asumir una posición imparcial como terapeuta.
Atiendeme pidió. Dame una cita y vuelvete mi doctor. Lo necesito, James, por favor.

Nunca había rogado por algo en su vida —o al menos no por algo que quisiera de verdad— y se podía notar en la desesperación de su voz que su petición era sumamente importante. Para darle énfasis, se soltó a sí misma y acortó la distancia que él había impuesto entre los dos.

Sólo así te diré todo lo que quieres saber su mirada se clavó en la ajena y mordió su labio inferior merced al nerviosismo. No sabía si él aceptaría hacerlo... Se suponía que ellos tenían reglas y principios de no dar consulta a alguien cercano, ¿no? Esperaba ser la excepción.
Tal vez por su amabilidad, tal vez por el modo en el que le hablaba con suavidad pese a estar visiblemente molesto y contrariado... No estaba segura, pero sí sabía que se sentía a salvo a su alrededor.

Yo... titubeó y clavó levemente sus uñas en la piel de sus brazos al abrazarse con más fuerza. Debía de existir un modo en el que pudiera asegurarse de que contar la verdad no atraería un resultado desfavorable para ella. Pero, ¿cómo?

Se quedó callada unos segundos más y observó a su alrededor como si de los estantes de libros y de los muebles fuese a surgir una respuesta. La ironía recayó en que, en efecto, tuvo una idea apenas plantó sus ojos en el diván de la sala: él trabajaba como psiquiatra y estaba obligado a no juzgarla y a guardar en secreto todo lo que ella le comentara en sesión.
No supo cómo reaccionar ante ese bombardeo de preguntas. Nüying sabía que le debía demasiado a James, pues él la había estado escondiendo sin cuestionarla y sin pedirle nada a cambio; sin embargo, no podía decirle la verdad y arriesgarse a que la entregara a las autoridades o a que la viera de una manera diferente... Se había acostumbrado demasiado a él y a su compañía. De cierto modo, si iba a dejarlo atrás, quería que fuera la última persona que la recordara como alguien pura y buena; cosa que realmente nunca fue.

Frunció el ceño y se abrazó a sí misma antes de dar un par de pasos hacia su derecha. Parecía que iba a huir escaleras arriba, pero solo se quedó plantada a los pies del primer escalón. Desde que podía recordar siempre había escapado de los hombres; primero de los monjes, después de sus clientes y al final de él; empero, James era el primero del que no quería desprenderse.
JamesLautrec · 36-40, M
Exhaló entonces un suspiro amargo, entrecortado, para al menos intentar liberar un poco de su propia tensión, y a pasos lentos, tomó un poco de distancia, plantando de forma suave pero firme su zurda contra la mesa del comedor. Sus ojos se clavaron en los ajenos con determinación, antes de finalmente proseguir con una voz más suave y gentil.

— ... No puedo ayudarte si no me dices nada. ¿De qué estás huyendo, Nüying?
JamesLautrec · 36-40, M
Pero era iluso pensar que las cosas simplemente podrían durar así de forma indefinida, lo sabía, y lo que acababa de ocurrir era una prueba tajante y contundente de ello. No sabía absolutamente nada sobre Nüying más lo que dejaba ver en la superficie; ni el por qué de sus aumentos cibernéticos, ni la sangre en su ropa aquel día, ni de donde venía, ni ciertamente a donde pretendía ir, cosa que ni ella misma parecía saber.

— ¿Crees...? ¿Y a dónde piensas ir? ¿Por qué quisiste quedarte aquí entonces? Llevas un mes aquí, y lo único que sé hasta ahora, con trabajos, es tu nombre. — Su afán de querer obtener las respuesta que tanto había ansiado provocaba que su voz se acelerara al plantear aquellas preguntas, una tras otra, pero pronto fue consciente de ello, y frenó sus palabras en seco, dando una ligera pausa mientras la seguía con la mirada.
JamesLautrec · 36-40, M
No protestó cuando ella rompió el contacto físico para tomar algo de distancia; por el contrario, aquello le había hecho darse cuenta de que quizá se había acercado demasiado por mero instinto, uno que curiosamente había desarrollado desde el día que la conoció y cuidó de sus heridas. Había resultado ser algo tan natural como, irónicamente, chocante para él.

No tardó nada en acostumbrarse a su presencia, ni a lo que comenzó como pequeños actos de gratitud que pronto se transformaron en casi una vida compartida; una que no creía volvería a tener después de la muerte de su esposa. Pero era justo ese pensamiento el que le incomodaba por más que lo intentara ignorar, sepultándolo en el más profundo recoveco de su mente con afán de preservar el improvisado y precario equilibrio de su coexistencia.

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