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Correspondió aquel gesto de amor con un beso tierno en los labios ajenos.

—¿Te gusta llevar la delantera, verdad preciosa? —apartó algunos cabellos rubios del rostro de la bruja, colocándolos detrás de su oreja. Así pudo apreciar mejor esa cara tan dulce y tierna que provocaba que cada célula en su cuerpo chisporroteara y ardiera con solo mirarla, algo que hace eones no había vuelto a experimentar, mucho menos, por una mujer— Ven aquí.

Afrodita tomó a la bruja de las caderas y con cuidado la tumbó a un costado suyo sobre la hierba y las flores. La diosa tuvo el atrevimiento de envolver a la chica en sus brazos y hundió su rostro entre el espacio de su cuello y hombro, inhaló profundamente, embriagándose de ese dulce aroma que emanaba. Era un aroma celestial. Dulce. Perfecto. Mortal —¿Alguna vez te han dicho lo hermosa y dulce que eres?
 
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