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Poco a poco cerró los ojos y un leve jadeo brotó de sus labios al sentir la lluvia de besos depositados sobre su cuello. Se mordió el labio y se retorció presa de unas sensaciones sumamente placenteras que la recorrieron de pies a cabeza. El cuerpo le zumbaba de la excitación y los pechos le resultaron pesados.

Que le besaran el cuello... dioses, era una zona muy sensible para ella.

Sus piernas rodearon la cintura de la bruja, disminuyendo la distancia entre ambas. Las manos de la diosa se deslizaron entre la blusa de la rubia, buscando su piel, acariciando su espalda.
ElizabethAlacor · 22-25, F
—Sus palabras me halagan, mi señora.

Un cosquilleo subió por su nuca. Sus mejillas se pusieron igual de rojas que el cabello de su amada, pero aún con todo, dejó que siguiera con aquel gesto. Se mordió el labio inferior y cerró los ojos.

El aroma que ella sentía era único también. Una escencia floral, tan dulce y suave, que inhalarla era equivalente a una caricia. Se aferró a la diosa, y hundió los labios en su cuello, besándolo en todas partes.
Correspondió aquel gesto de amor con un beso tierno en los labios ajenos.

—¿Te gusta llevar la delantera, verdad preciosa? —apartó algunos cabellos rubios del rostro de la bruja, colocándolos detrás de su oreja. Así pudo apreciar mejor esa cara tan dulce y tierna que provocaba que cada célula en su cuerpo chisporroteara y ardiera con solo mirarla, algo que hace eones no había vuelto a experimentar, mucho menos, por una mujer— Ven aquí.

Afrodita tomó a la bruja de las caderas y con cuidado la tumbó a un costado suyo sobre la hierba y las flores. La diosa tuvo el atrevimiento de envolver a la chica en sus brazos y hundió su rostro entre el espacio de su cuello y hombro, inhaló profundamente, embriagándose de ese dulce aroma que emanaba. Era un aroma celestial. Dulce. Perfecto. Mortal —¿Alguna vez te han dicho lo hermosa y dulce que eres?
ElizabethAlacor · 22-25, F
—Usted no es dorada, usted es un fuego ardiente de pasión.

Se sonrojó por lo que había dicho. No supo de dónde salió, y de inmediato se dio cuenta de lo cursi que era. Ella no era Safo, no podía componer esos bellos poemas, ni recortarlos con aquella armoniosa voz acompñada de dulce lira.

Lo único que podía ofrecer, era un beso en los labios.
La diosa esbozó una leve sonrisa.

—No eres la única que ha pensado que yo sería una diosa rubia —sus ojos recorrieron el rostro ajeno, estudiando aquellas facciones que encontró tiernas a la vista. Luego pasaría a la mano de la rubia, la cual acarició sus cabellos pelirrojos, la diosa apartó la mirada y observó el cielo azul sin nubes —. Muchos poetas en la antigüedad solían llamarme «Afrodita dorada» por que precisamente pensaban que yo era rubia. Deberías haber visto sus caras cuando los visitaba en privado para agradecerles por sus bellos poemas dirigidos a mí, y descubrían que su Afrodita dorada, de dorada no tenía nada.
ElizabethAlacor · 22-25, F
Tomó asiento en la hierba. No había flores en su lugar, por lo que se preguntó si la diosa las había hecho crecer para adornar el lecho improvisado.

—Espero no estar siendo impertinente, mi señora.

Abrazó sus rodillas. Ver a su ama de esa manera, tan cómoi, tan relajada, era de cierta forman reconfortante. ¿Siempre había tenido esas pecas? Le daban un toque único a su rostro, tan hermoso como sólo ella lo podía tener.

Se atrevió a dar una caricia a sus cabellos rojizos.

—¿Sabe? Yo siempre creí que usted iba a ser rubia.
—Claro, ven —la diosa hizo espacio y dio unas palmaditas sobre el pasto para indicarle que se acercara.
ElizabethAlacor · 22-25, F
—¿La acompaño?

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