La diosa asintió con la cabeza, se subió la blusa negra hasta que dejó expuesto su pálido abdomen. En el costado izquierdo se hallaba la cicatriz de lo que hace eones fue un corte de espada.


—Mi madre y yo teníamos prohibido salir de Olimpo durante esos días
—empezó a relatar—. Padre no quería que saliéramos lastimadas durante la guerra, pero mi madre al ver que su hijo mortal, Eneas fue herido, inmediatamente corrió para salvarlo. Fui detrás de ella, no pensaba dejarla sola, menos en aquel escenario. Un soldado del bando enemigo blandió su espada y casi la podría haber lastimado, yo me interpuse y me lleve la mejor parte.

Sus ojos brillaron.

—¡Sí!

—¿Quieres ver una que me hice en el campo de batalla?

—Oh... Eso es decepcionante. Creí que se la había hecho en batalla.

—¿Esto? Es la cicatriz del rasguño que me hice con la punta de una lanza, durante mi primer día en aprender a manipularla. Aprendí a manejarla tan bien que terminé por herirme a mi misma —replicó soltando una risita al recordar lo mal que se la paso en esa ocasión.

—¿Qué le pasó en el ojo?