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Kairavana · 31-35, M
Al espadachín de largos cabellos y dos espadas poco le interesaban los designos imperiales pues él solamente profesaba los designos de la severidad. Una sonrisa se posó en sus labios al ver la brillante técnica del rival, que cortó las inapelables gotas de agua que caían en la lluvia, y el aire invisible. Kai poseía un estilo mucho más simple, pero no por eso menos preciso. Elevados ambos sables en forma de cruz para frenar así la espada del ajeno, cuyo valor perfecto hizo temblar sus aceros de una calidad inferior pero que alcanzó al guerrero a detener un embate seguro. Cerraría ambas armas como si fuesen tijeras, en consonancia para evitar la movilidad del ataque opuesto. Elevó del fango la pierda izquierda, buscando proyectarla contra el pecho opuesto para empujarlo fuera de su zona.
Kairavana · 31-35, M
Kai fue parte de una de tantas escuadras dedicadas la fundada proeza de la guerra, al consorcio de la muerte y la justicia de la batalla. El Emperador Dragón reclutaba o contrataba entre sus despavoridos habitantes a los más fuertes combatientes del Oeste para socavar el socorro imperial frente a sus enemigos. Los lastimosos opositores debían de olvidar la paz y el resguardo de sus tierras, posesiones y secretos, pues todos ellos eran depredados sin vacilo. Amotinarse contra lo obvio resultaba la destrucción total, cosa que llevó al ejercito a atacar al Clan Akamatsu, acorralándolo entre sus bosques de pinos y al reparo de sus misteriosas divinidades a las que le rendían culto en contra de las ordenes del unificador del país.
User1579713 · 22-25, M
tesoros*
y secretos. Él no podía caer, no ahora, no contra solamente una persona.]
Oe… Idiota… [ Pero no hubo más palabras, pues lo vió avanzar y como si fuese todo un ciclo inevitable de muerte, marchó al destino. Elevó la espada, usó la técnica más básica pero efectiva de las artes marciales de la escuela Yoshioka, un sable que asciende a lo más alto sostenido con ambas manos y que luego decrece en un movimiento que anhela tajear al enemigo de un golpe en la mitad de toda su fisonomía, desde la frente hasta el vientre.]
y secretos. Él no podía caer, no ahora, no contra solamente una persona.]
Oe… Idiota… [ Pero no hubo más palabras, pues lo vió avanzar y como si fuese todo un ciclo inevitable de muerte, marchó al destino. Elevó la espada, usó la técnica más básica pero efectiva de las artes marciales de la escuela Yoshioka, un sable que asciende a lo más alto sostenido con ambas manos y que luego decrece en un movimiento que anhela tajear al enemigo de un golpe en la mitad de toda su fisonomía, desde la frente hasta el vientre.]
User1579713 · 22-25, M
[ Akamatsu estaba agotado, agotado en el vapor lluvioso de la tempestad que llegaba a su rostro, a su cuerpo. La katana, de nombre Muteki, yacía manchada en sangre y aún así, se negaba a perder su filo al igual que su funda, fuertemente aferrada por ambas manos. Los ojos del último hombre en pie del bando de los Rebeldes, aquellos que se sublevaron al Emperador Dragón, yacían encendidos en un fuego amielado pero muy cansado. El dolor que poseía a altura de su muslo izquierdo no se comparaba al flagelo que sus pensamientos se negaban a procesar, pues entre los tantos centenares de muertos yacía su propio padre, y líder de su clan, clan que le había seguido al inframundo al enfrentar las tropas de los mercenarios del Emperador por su cuenta. Solamente Akamatsu yacía ahí, sosteniendo el sable que le perteneció alguna vez a su señor y propio progenitor, era la última esperanza de la defensa de su apellido “de los pinos rojos…”, de su bosque y de sus templos… Lugares que escondían sus tesor
Kairavana · 31-35, M
espada o dos en mano, mil reclutas, pero pocos guerreros. De hecho, en este campo de guerra solamente él y alguien más yacía con el título de guerrero, los demás eran simples partisanos, reclutas y mercenarios de bajísima importancia.
Frente a los ojos negros de Kai, la sola figura de un espadachín de cabellos negros le revelaba su único rival bajo los cielos lluviosos. Sin intercambiar palabras, él lo invitó a sellar para siempre su vida como todos los demás, pero obteniendo así lo que todos los guerreros anhelan: Dar muerte honrada a otro espadachín. Ambos sables en mano, se lanzó al desconocido.
Frente a los ojos negros de Kai, la sola figura de un espadachín de cabellos negros le revelaba su único rival bajo los cielos lluviosos. Sin intercambiar palabras, él lo invitó a sellar para siempre su vida como todos los demás, pero obteniendo así lo que todos los guerreros anhelan: Dar muerte honrada a otro espadachín. Ambos sables en mano, se lanzó al desconocido.
Kairavana · 31-35, M
A cantos aquella lluvia regaba la batalla, suplicando las almas al antiguo Jigoku el reclamar las viejas almas encontradas por aceros. El cielo frente a lo esperado: Dos bandos que cruzan espadas, lanzas y aceros. Kai adoraba la batalla y la encontraba tan agradable que aquella llovizna de sangre era un exquisito licor para su cuerpo al refrescarlo del sudor y restos ajenos. A sus manos yacían ambos sables que usó para cegar toda vida que encontraba a su paso, ambos de un metro cada uno de solamente filos, con una disciplina mortal, digna de un depredador. Desalineado pero impoluto, siempre del bando ganador. En la época de los antiguos Señores de la Guerra del Oeste, la palabra 𝗲𝘀𝗽𝗮𝗱𝗮 corre el albur de un terror incómodo: El de la muerte. Ha habido espadachines como Kai y sus compañeros bestiales, los cuales declaran la profesión de cegar existencias con dignidad, era preciso ser un hombre, mujer o criatura con coraje y disciplina, pues sus amantes serían ni menos que la batalla. Una
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