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Conforme las palabras de Tharos iban siendo dichas, la sonrisa de Anantari empezó a borrarse hasta volverse una perfecta línea recta merced al modo en el que apretó los labios.

—Por supuesto que es listo, yo lo crie —fue su única respuesta en ese momento.

La tejedora y madre de héroes empezó a andar con la confianza de que Tharos la seguiría. A las afueras del páramo que la habían obligado a custodiar se encontraba una casita hecha de madera que ella y Tharos habitaban por decisión propia y no por imposición; ya que el templo que en antaño le perteneció a Anantari había sido destruido por uno de los Dioses tras el asesinato de su hijo. La fémina no le guardaba ningún rencor por eso, pero sí por lo que vino después.

Ojo por ojo. Le habían dicho.

Y aunque no engendró hijo alguno de su vientre, se vengaron al maldecir lo que ella más amaba: sus héroes. Sus "hijos".
 
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