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—La envidia de los Dioses no me es ajena —respondió con una media sonrisa en el rostro. Anantari vivía sus días fingiendo resignación ante el castigo que le habían impuesto y ante los malos tratos recibidos; pero lo cierto es que tras tantos eones viva podía darse el lujo de decir que los "todo poderosos" eran, irremediablemente, predecibles—. Por ahora se regocijan pensando que el castigo que me impusieron me ha quitado toda voluntad. Dejemos que sigan así. No me lastimarán a menos que puedan encontrar un reemplazo para mí.
 
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