Escuchó atentamente lo que decía, creyendo cada una de las palabras de su amado; era obvio que él podría lograr lo que ningún otro hombre. Y es que ella había estado ahí en una parte de su crecimiento, observando y apoyando el camino que los Dioses le habían dado a labrar. Por eso lo admiraba a la par que lo amaba.

—En ese caso me encargaré de tus nuevos aposentos. Lo adornaré todo para que sea digno y esperaré por ti al alba cada día... —como respuesta a su jugueteo, se puso de puntillas hasta poder alcanzarle la oreja y musitó:— Completamente desnuda —inmediatamente giró el rostro y le alcanzó los labios para darle un suave beso en el inferior.

Sobre todo, aquella fuerza interna que la caracterizaba, era lo que más lo conmovía y más le gustaba. Sin embargo se mantuvo altivo —Soy un Rey, mi pequeño cervatillo —Musitó, y estiró la diestra para, con el dorso de esta, acariciarle la mejilla zurda, apartando de esta algunos mechones de su radiante cabellera platinada —Tengo castillos, fortalezas y palacios...casi todo el planeta es mío— Pero antes de continuar hablando, cerró de nueva cuenta las distancias entre ellos, acercó su rostro y depositó en sus labios un sutil beso— No permitiría que nadie viese tu piel desnuda sin que algo de su sangre corra, como tributo. Ese espectáculo sólo es para mi —Susurraría luego, juguetón.

¿Cómo decirle que se refería a la caza de algún animal y no de un humano a ese rostro lleno de emoción? Nye suspiró suavemente y negó con la cabeza, aunque la sonrisa en sus labios no desapareció ni un instante; empero, en cuanto él divagó con el último tema sí que se notó la sorpresa en las facciones femeninas. —... Dime que aún sigues teniendo una cama, al menos. No permitiré que me pongas una mano encima frente a tus ebrios vasallos —era una fierecilla que no temía ensuciarse de lodo o de sangre, pero tenía cierta etiqueta en cuanto a cosas más... Íntimas. Su mirada se afilió al tiempo que veía a Zothernam desde su posición, era casi cómico el hecho de que su estatura fuese menor, pero su aura pareciera ser del tamaño de un dragón.

Gruñó, reprochando la distancia entre sus cuerpos, pero justo cuando iba a quejarse, la idea de la cacería le iluminó los ojos. Matar era su naturaleza, era un depredador, lo que mejor hacía era eso —Oh sí...hay muchas villas del Reino de Ana'thon más allá de los Dos Ríos...siempre que puedo voy con unos cuantos soldados a aterrorizarlos...a veces voy solo...—pero se interrumpió, cuando la mención de sus aposentos lo sorprendió. Desde hacía muchos años no tenía como tal habitaciones para su descanso. Solía preferir el cobijo que ofrecían las tabernas o los salones dónde se reunían muchísimos de sus vasallos a beber, a pelear y a coger —Aposentos... sí...mis aposentos...—(?)

Después, pretendo investigar si tus aposentos siguen siendo tal y como los recuerdo —sonrió de manera traviesa, aunque sus rasgos finos daban a esa mueca matices de ternura y elegancia.

Ya estaba acostumbrada a los comentarios violentos de Zothernam, mismos que tenían tintes románticos cuando los usaba en un contexto en el que ella formaba parte. Tal vez cuando era más joven se sintió amenazada por el gran lobo feroz, cual caperucita roja perdida en los fríos bosques; empero, tras haber compartido unos buenos años de su vida con él, podría decirse que le había agarrado cierto cariño a esa vena salvaje que lo caracterizaba. Además, en los países donde Nye se llegó a refugiar los asesinatos estaban a la orden del día y por mucho menos que una infidelidad. —No podría soportar a otro de tu clase, a duras penas tengo paciencia para ti —bromeó, dándole esta vez un par de palmadas a las manos masculinas y buscando retirarlas después, para así poder verlo de frente —. Utilicemos mejor esa ansia de sangre en un fin distinto. Ven a cazar conmigo, necesito hacer una ofrenda a los Dioses por haberme permitido llegar hasta ti y sobrevivir a otra experiencia cercana a la muerte.

Se mantuvo en silencio unos instantes. Aún se resentía por el tiempo que estuvo en soledad, obligado por designios oscuros del universo que, parecía siempre empeñarse en negarle la felicidad. Aún así ahí estaba...era todo lo que tenía...debía aprovechar esto. Escondió el rostro tras su cuello y depositó ahí un sutil beso. Luego, contestó socarrona, aunque a la vez oscuramente —Más vale que así sea...sino, prometo que te perseguiré... seré tu pesadilla y dónde te encuentre... asesinaré al que esté a tu lado —Esa era su promesa. Le sonrió, con aquella sonrisa alargada, de lobo y a la vez de monstruo, que tenía—

Supo enseguida que sus palabras eran una verdad absoluta pues ya había demostrado con anterioridad lo lejos que podría llegar por ella, y era bien correspondido. Nye acomodó sus manos sobre las de Zothernam (que aún yacían sobre su vientre) para dejarle después delicadas caricias con las yemas de sus pulgares. —Y yo no volveré a buscar que me olvides. De ahora en adelante estaré contigo, lucharé contigo y moriré feliz contigo si es necesario; prometo que será un por siempre.

Un sin fin de emociones agradables lo invadieron cuando sintió sus suaves y cálidos labios sobre la piel. La miró, desde su asombrosa altura, y en respuesta le depósito un beso tierno en la coronilla, y una vez ahí aspiro el aroma dulce de sus cabellos, y la acunó en sus brazos, rodeándola con ellos por el abdomen, asiéndose más a su cuerpo — Este regalo, es un símbolo...siempre te protegeré —

Puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír antes de darse por vencida con la continuación de su melodía. Él se las arreglaba para hacerla reír con cualquier comentario que salía de su boca, tal vez por eso se había enamorado en primer lugar. Recargó su figura en Zothernam apenas este terminó de adornarle el cuello con aquel obsequio y bajó la flauta, usando su mano libre para tomar la cadena y observarla. —Es maravillosa —respondió con sinceridad, era un trabajo precioso que podía competir perfectamente con el de Erindur, el elfo más talentoso y quien estaba a cargo de la joyería de la familia real. Enternecida, Nye giró el rostro un tanto y se puso de puntillas para alcanzarle la mejilla y depositar ahí un suave beso, sin importar que su posición siguiera siendo de espaldas a él—. Me recuerda un tanto a mi primer hogar, pero ahora me da más calidez porque me la has dado tú, y tú eres mi nuevo hogar.