— ¿Padre? —aquella voz le resultó tan familiar que, se estremeció antes de razonarlo. El cuerpo del híbrido reaccionó sin previo aviso; sentía un vuelco en el estómago y su pulso se aceleró peligrosamente. No había ningún olor especial en el aire, simplemente... era la esencia de quien ya no caminaba entre los vivos.
Pero también, inconscientemente, su mano se había pasado en el mango de Tenseiga que con su vibración le afirmaba la presencia de su creador. InuYasha relajó los músculos y sonrió para sí, dejándose caer en el pasto en una posición de loto, con ambos brazos cruzados a la altura de su pecho.
—Tengo una hija. Se llama Moroha —presumió con orgullo.
