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K1581729 · F


— Será mejor volver a casa —. Terminó de dar media vuelta y siguió su camino, emprendiendo un paso extremadamente calmo, mandando con la contrariedad de sus actos una invitación silenciosa al peliplata a seguirla, después de todo, él le dio a entender que no era capaz de defenderse sola y requería la protección de otros, ¿no?
K1581729 · F
Era la primera vez que alguien, exentando a Kaede, externaba sentirse preocupado por ella. Fue víctima de un noble sentimiento, un calor que no había encontrado más que en las sonrisas inocentes de los aldeanos. Kikyō se mantuvo embelesada por el comportamiento tan explosivo de Inuyasha, cuestionándose la verdadera naturaleza de su ‘vigilia’ vespertina.

Sin darse cuenta, una sonrisa tierna vibró en sus labios. No se tomó la molestia de esconderla puesto que tardó en notarla, pero ahí yacía la honestidad del acto.

— Ya veo —

Se abrazó con firmeza al manojo de plantas medicinales, adelantándose un par de pasos tras caminar a un costado del hanyō.

— Tienes razón. Está anocheciendo —. Elevó la mirada al firmamento. Gradualmente, éste comenzaba a teñirse de tonalidades nocturnas. Después de eso, le miró por el rabillo del ojo. +
K1581729 · F
La afamada imperturbabilidad de la sacerdotisa se resquebraja de una ante el voluble temperamento de Inuyasha. Por un momento, Kikyō percibió cada músculo tensarse, incluyendo una pizca de temor a ser atacada. Elevó las cejas por un segundo. Mentalmente ya planeaba cómo defenderse, ese era su modo de vida. Se le acercaban insospechablemente, o a veces pecando de astucia, con el afán de burlar sus habilidades y robarse la Perla de Shikon, pero Kikyō superaba con creces cualquier tipo de malicia. No por nada era tan temida como reconocida en el medio yōkai.



— … —

Entonces, entre pestañeos y el corazón agitado, Kikyō esperó el momento exacto para dispararle una flecha o lanzarle un pergamino, no obstante…


— ¿Te… preocupa? — +
User1576008 · 26-30, M
(...) fuerte, siendo capaz de remover sus prendas y revolver su espesa melena. Suspiró cuando nadie fue capaz de escucharlo. Gruñó y avanzó un paso hacia la sacerdotisa, fijando sus ojos en los suyos.

— Me preocupa que si no te sigo, puedan atacarte y arrebatarte la perla... y hacerte daño —confesó con una voz más suave que antes. Ya no se veía exaltado, ni siquiera se molestaba en ocultar su preocupación, pero quizá podía desviarse de sus verdaderos motivos, fuesen los que fuesen, ya que ni él mismo los tenía claros—. Quita esa cara.

Era de verse cuántas cosas se guardaba ella también para sí. Quizá cosas que él podría llegar a entender... quería hacerlo. Pero no era de su incumbencia, no sabía porqué sentía que debía importarle tanto como llevarla a salvo a casa.

— Va a anochecer —dijo tajante, relajando los músculos para transmitir un semblante más serio, ojalá más relajado—. Es hora de ir a la aldea, a las alimañas les gusta salir a estas horas. Te acompañaré.
User1576008 · 26-30, M
(...)

Porqué no la atacó y ya.

—¿¡POR QUÉ MÁS TE SEGUIRÍA SI NO ES POR LA PERLA?! —estalló sin más, queriendo mantener su orgullo, porque francamente no sabía cómo lidiar con sus emociones. Tampoco quería ahondar en lo que le provocaba verla así, pero ella lo hacía sentirse inseguro y frágil, pero a la vez despertaba en él un instinto protector que quizá no habría sentido jamás, mas que por su madre humana.

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Se sentía expuesto, acorralado. A veces tenía la sospecha de que esa mujer era más como una bruja que podía leer sus pensamientos. Decía las cosas más acertadas, pero lo tentaba cada vez más a ser honesto, con sus preguntas. Su confusión se notaba en ese perpetuo estado defensivo que, cada vez parecía querer romperse más. Inspiró a profundidad, su pecho se inflaba bajo su túnica de las ratas de fuego, cosa imperceptible a la vista, puesto que el viento cada vez soplaba más (...
User1576008 · 26-30, M
Más que los gestos de la azabache, percibió en el aire un aroma ligeramente salino. Sus ojos ambarinos siguieron en primera instancia los movimientos de esa mano de nívea piel, mostrándole dónde resguardaba la perla. Y tuvo un fugaz instinto de arrancársela. Parecía fácil, especialmente ahora que la sacerdotisa se veía tan vulnerable... tan frágil. Sintió un vuelco en su pecho.

Se halló a sí mismo con una mano estirada hacia ella, con los dedos en una posición peligrosa, puesto que sus largas garras ya apuntaban hacia la clavícula de su adversa. Pero sus impulsos chocaron entre sí; uno por atacarla; y otro impulso desconocido por... ¿tomarla entre sus brazos? Su temple ganó. Debía mantenerse sereno. Respiró hondo, cerró el puño en el aire y, muy a su pesar, volvía a cruzarse de brazos.

No comprendía porqué su corazón se había acelerado o porqué le costaba respirar, pero mucho menos podía comprender porqué quiso hacer lo que hizo cuando más vulnerable se veía. (...)
K1581729 · F
— Sin embargo… sé que no es la primera vez que te escondes aquí, y que no es la primera vez que estás tan cerca.

Dime, Inuyasha, ¿hay algo que te esté preocupando? —
K1581729 · F
protección de esa esfera. A veces se comparaba con las otras mujeres del pueblo y pensaba por qué su camino era tan distinto al de ellas.

— ¿Es por ella que continúas siguiéndome? —


Le dio un corto lapso para responder, pero fue tan mínimo que se aventuró a cruzar miradas ahora que él se había mostrado.

— He defendido la Perla de cualquier peligro, incluso de ti, Inuyasha — aunque no es como que lo percibiera tan maligno como otros. Mantenía la esperanza de que la parte humana de Inuyasha fuera más razonable que su ferviente deseo por volverse un demonio al cien por ciento.

— Y creo que puedo continuar haciéndolo. No tienes por qué desgastarte por su custodia, es una tarea que me corresponde a mí —

El viento sopló amable, escurriéndose por las hebras largas de la sacerdotisa. +
K1581729 · F
Para cualquier otra persona custodiando la aldea sería una idea descabellada, inconcebible incluso, mantener conversación con alguien que ha dejado más que claras sus intenciones. La puntería de Kikyō, envidiable, jamás falla el tino, pero por algún motivo que se ha empeñado a ignorar, empezó a desviar la punta de las flechas cuando estas salían volando hacia Inuyasha, clavándose a un costado en son de advertencia. Partiendo de ahí, la sacerdotisa se aventuró a acercarse más y más al albino, hasta que un día pudieron concretar palabras como esas.

— La Perla de Shikon…— un destello de tristeza se pintó en la mirada de Kikyō. Sosteniendo los ramos de diversas plantas con un brazo, la mano libre viajó a la altura de las clavículas donde debajo reposa tranquila dicha perla.

Era de esperarse. Inuyasha anhelaba tanto como otros demonios hacerse de esa perla. Kikyō la veía como cadenas perpetuas que ataban su vida, su destino. Desde que podía recordar, era devota a la +
User1576008 · 26-30, M
Cuidaba la espalda de la azabache, y sin darse cuenta también lo hacía con la aldea que alguna vez no le hubiese importado destruir con tal de obtener lo que quería.

Sus orejas caninas reaccionaron al llamado de Kikyou. Se escuchó la hojarasca romperse bajo los pies descalzos del híbrido cuando éste se detuvo en seco. Fue sorprendido. Su rostro se puso rojo, lo sabía porque su temperatura corporal aumentó considerablemente.

Los niños ya no estaban. Él simplemente la escoltaba a la distancia, entre los árboles, siguiendo su rastro por el olfato. Su sangre era dulce, como su esencia, como su voz.

Sin más que resistirse, salió de entre los árboles, dejándose ver con un semblante tan serio como pudo.



— No es seguro que deambules sola por aquí cargando la Perla —no sabía qué más decir. Sólo intentó sonar más molesto que preocupado. Frunció sus espesas cejas y descruzó los brazos.

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