Como cada tarde, a cierta hora se sentaba a esperar a su hija a las faldas del mismo árbol, a veces descansaba sobre las ramas y al verla acercarse saltaba con la intención de recibirla con un susto.
Se había quedado dormido sin darse cuenta, ignoraba cuánto tiempo habría transcurrido desde que se dejó llevar por el sueño. Al abrir los ojos, a su hija ya estaba a su lado, con la cabecita apoyada sobre su hombro. Vaya imagen; sólo así era cuando lucía tan inofensiva. Sonrió inevitablemente, con ternura, sintiendo en su interior un amor tan profundo y diferente al que ya había conocido hasta antes de su llegada al mundo.
Cómo no iba a amar a ese ser que se parecía tanto a él, como a la mujer que tanto amaba. Tanto tenía de ambos. Su vínculo eterno e inquebrantable: una parte suya. La mejor.