User1575357

Si pudieran elegir uno, ¿cuál sería el lugar perfecto para dejar volar la imaginación? Emma, quien era una escapista mental nata tenía muchos, pero en el castillo su favorito era un claro formado por una densa masa de árboles que lindaban con unas aulas abandonadas. La brisa fresca que acariciaba sus mejillas, el sol que la cobijaba y la luz dorada del atardecer que hacía lucir etereo todo lo que tocaba, acompañaban su marcha hacia el lugar antes mencionado. La carta que esperaba de sus padres aún no había llegado y los entrenamientos de quidditch aún no habían comenzado, así que no tenía demasiado que preocuparse. Aún así le costaba sentirse en paz, porque sentía que algo que no estaba preeviendo iba a caer sobre ella en cualquier momento.

Se sentó en una de las bancas la cual era más semejante a una ruina que a un asiento, y abrió la libreta que tenía siempre con ella en el bolsillo de su túnica. Deslizando sus dedos sobre el pergamino, realizó un trazo invisible sobre las líneas que ya había dibujado en un pasado, las cuales conformaban una quaffle un poco excéntrica. Creación suya. No pasó mucho tiempo hasta que escuchó un crujido cercano a ella y el momento efímero de serenidad que había experimentado se esfumaba. Cerró su libro y elevó la vista hacia la fuente, enderezando su postura y elevando su mentón; levantando la guardia por si acaso. Se relajó un poco quizá por la sorpresa de encontrar no a un estudiante, sino al mismísimo Dumbledore paseándose por su escondite secreto. Había mucha mística detrás de su persona y siempre su omnipotencia la ponía algo inquieta. No podía saberlo todo, ¿o si?

- Oh, Señor Dumbledore...puedo volver después. -