Sólo la observó desde su posición; en silencio, tranquilo, con los párpados tan pesados como siempre, que no le quitaban sagacidad a su mirada turbia. La vio alejarse y echó la mirada hacia un lado, donde las hienas reían mientras roían varios huesos de antílope.

El golpe seco de la pierna cadavérica y el olor de la sangre volvieron su mirada al frente. Primero sonrió y a eso le siguió una carcajada en aumento, antes de tomar la pierna entre sus garras. Tenía un ejército de decenas de hienas con cerebros sumamente pequeños y manejables dispuestas a matar lo que se moviera tras la orden de su rugido... y una leona, fiera cazadora y astuta dispuesta a empujar cada uno de sus pasos al trono. Celebró eso con una mordida despiadada a la carne. —Oh, ¡al fin un poco de perspicacia para hacerme compañía! —Elogió mirándola, antes de seguir devorando la pierna.